sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Agoniza la democracia?




Nelson Acosta Espinoza


En los últimos años un nuevo peligro ha comenzado a esbozarse sobre la democracia liberal: los populismos de derecha e izquierda. Berlusconi (Italia), Syriza (Grecia), Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Chávez (Venezuela), por mencionar algunos de los países donde esta narrativa se ha impuesto.

                                                                                                                                             

Recientemente, esta expresión política ha alcanzado el corazón de la democracia occidental: la Inglaterra de la Carta Magna (Brexit), los EE UU de la declaración de los Derechos Humanos (Donald Trump) y la Francia del Código Napoleónico (Marine Le Pen). Justamente los tres pilares sobre los cuales se sostiene la democracia occidental.



Parece apropiado, a esta altura del  escrito, introducir una breve definición de populismo. Veamos. En términos generales hay un acuerdo entre los especialistas en este tema en definirlo como sigue: es un relato que presenta la relación entre pueblo y  élites  como antagónicas, de modo que la relación del pueblo con las élites no se puede resolver sin romper con las estructuras institucionales de una sociedad. Visto desde ese ángulo, el populismo no es necesariamente de izquierda o de derecha, dependerá de cómo se construyan las categorías de pueblo y de élite.



Por ejemplo, en el caso norteamericano y de Europa, como en el Brexit en Reino Unido, Austria o Francia, la categoría de pueblo se  ha intentado construir a partir de referencias de naturaleza patrióticas  y en oposición del “otro” el inmigrante o una minoría étnica o religiosa.



En nuestro pasado reciente el chavismo desarrollo un relato de sesgo populista que escindía la sociedad venezolana en polos irreconciliables: patriotas vs escuálidos.



Sin embargo, y a contrapelo de ese relato,  en la actualidad se están creando  condiciones que propician el derrumbe de esta narrativa de naturaleza populista en el país.



Hoy día este discurso presenta síntomas de agotamiento e incapacidad de suscitar nuevos consensos. ¿Qué significa esta última condición? ¿Se encuentran sus destinatarios huérfanos? ¿Aún no ha surgido su reemplazo discursivo? ¿Opera la oposición con claves narrativas del pasado? ¿O, por el contrario, habrá desarrollado una nueva “gramática” política que dé cuenta de estas nuevas circunstancias?



Interrogantes pertinentes. Soy de la opinión que las fuerzas democráticas tienen una oportunidad excelente de recuperar y hegemonizar el  espacio político y cultural en el país. Este es un tema, desde luego,  que va más allá de lo estrictamente electoral. Hegemonizar el ámbito político es una tarea imprescindible si se quiere evitar el resurgimiento de apuestas populistas de cualquier signo.



Es vital, en consecuencia,  derrotar cierto pragmatismo presente en sectores que componen el bloque democrático. Estas fuerzas opositoras tienden, por ejemplo,  a depositar su confianza en que la situación económica por si sola será suficiente para impulsar las fuerzas renovadoras del cambio. En consecuencia,  aspectos relacionados con cuestiones de naturaleza cultural y de identidad son postergados y   percibidos como secundarios.



A mi juicio, es necesario poner atención  en dos tareas que puedan ayudar a reducir  la tentación economicista: primero, superar las trampas dicotómicas y populistas  (escuálidos-chavistas; izquierda-derecha; ricos-pobres. etc.) en las que ha caído parcialmente  la oposición a lo largo de estos últimos años. En segundo lugar y, como consecuencia de la primera exigencia, habría que elaborar un relato de naturaleza transversal con el propósito de construir una nueva mayoría que ejerza la dirección política e intelectual de la Venezuela del porvenir.



Poner en práctica una política de sesgo transversal significaría, entonces,  trabajar sobre ejes diferentes lejos de la polaridad irreductible “patriotas vs escuálidos”. El abandono de este esquema podría  permitir, por un lado, tomar de la totalidad del espectro político las propuestas más beneficiosas para los ciudadanos y, por el otro, potenciaría el alcance  de la narrativa democrática sobre una diversidad de actores.



En fin, esta transversalidad es la que facilitaría ir al encuentro de la gente con independencia de sus identidades ideológicas.



A veces, esas identidades son limitantes.




No hay comentarios: