martes, 23 de diciembre de 2014

Federalizar el discurso político


Nelson Acosta Espinoza

Amigos lectores, finaliza el año 2014. El balance, desafortunadamente, no es positivo. Descansen su mirada, por ejemplo, en los diversos escenarios que conforman al país (económico, cultural, social, político, etc.) y el panorama que observarían es realmente desalentador. La nación ha comenzado a transitar una senda que nos puede conducir hacia una crisis de carácter sistémico. O, quizás, sería más apropiado hablar de una ruptura de naturaleza histórica.

Bien, intentemos explicar la afirmación anterior. En un primer momento esta aseveración suena un tanto radical, por no decir, catastrófica. Maticemos estas afirmaciones. Una ruptura de naturaleza histórica se produce cuando las ideas sobre las cuales se sustenta el accionar público se agotan y no pueden dar respuestas a los desafíos que implica la presencia de nuevas circunstancias. Desde luego, para que la ruptura se produzca sería imprescindible que existan actores colectivos que tengan conciencia de esta situación y actúen de acuerdo a estos escenarios.

Una primera constatación. El modelo económico y su corolario político que se ha venido aplicando en el país se han mantenido de forma artificiosa. Su vida se ha prolongado gracias al oxígeno petrolero. Este insumo permitió financiar políticas públicas inapropiadas y concitar en torno a ellas un cierto consenso en los sectores populares. Los problemas que confronta la población en su diario devenir (escasez, inflación, devaluación, desmejora de la calidad de vida, inseguridad y, pare usted de contar) constituyen las evidencias trágicas del colapso de este modelo de desarrollo rentista. Los petro dólares pudieron financiar esta artificialidad económica. La caída de los precios del petróleo, en consecuencia, están poniendo al descubierto la monumentalidad de los errores cometidos.

Veamos algunas consecuencias: en el ámbito económico esta caída de los precios implica una pérdida de divisas difícil de compensar; la sobre expansión fiscal y monetaria se ha traducido en más inflación y agotamiento de las reservas internacionales; el PIB registra una caída de 4,2%; la tasa de inflación se sitúa en el entorno de 80,0% y más de 100,0% en alimentos, como resultado de la acción combinada de una política fiscal deficitaria financiada con impresión de dinero y devaluación del bolívar; disminución de las remuneraciones reales de los trabajadores y el repunte de la pobreza.

No deseo extenderme en esta área de problemas. Me preocupa identificar las contrariedades que cruzan nuestra vida como nación. En su resolución, sin duda, se encuentra la salida a este impase histórico. En principio me permito postular que unas de las contrariedades de mayor peso es aquella que se expresa en la disputa entre un relato centralista, autoritario y, otro, que apuesta a la diversidad federal y a las autonomías políticas. Si se observan los conflictos cotidianos en la sociedad venezolana (hospitales, vías de comunicación, carcelarias, educativas, etc.), encontraremos que los ciudadanos perciben a estos problemas desde una óptica que apunta hacia la descentralización de las soluciones.

Sin embargo, es probable que no se comprenda a plenitud la naturaleza de esta contradicción. De hecho los actores políticos no la asumen en su complejidad y riqueza política. Ello es debido, a mi juicio, a que estos sujetos políticos (del oficialismo y del bloque democrático) se han constituido al interior de un marco cognitivo o relato político centralista.

En otras palabras no han podido, aún, federalizar su discurso. ¿Qué significa esta última afirmación? Veamos. Federalizar el discurso implicaría despojarse de ese marco cognitivo que homogeniza al país y que le impide dar cuenta de la diversidad cultural y política que caracteriza a Venezuela.

Nuestra nación no es homogénea como usualmente se cree. Existen marcadas diferencias lingüísticas, gastronómicas, religiosas, institucionales, en fin, culturales entre las diversas regiones que conforman el país. María Lionza de Yaracuy confronta a la Chinita zuliana; el pastel de morrocoy compite con la mantuana hallaca. Bolívar, recordemos, emigra hacia el oriente del país.

Es por ello que la descentralización no constituye exclusivamente una reivindicación administrativa. No debe concebirse solamente como un enfrentamiento de índole financiero o una demanda por una justa distribución de los ingresos fiscales del país. Es más que eso. Es indispensable modificar este marco cognitivo dominante.

La búsqueda de autonomías regionales debe verse, entonces, como un instrumento de afirmación de la diversidad cultural existente en el país. Bien pudiera preguntarse ¿qué es Venezuela? Una repuesta apropiada a esta cuestión tendría que pasearse por esas diferencias regionales que dibujan el mapa nacional. Andino, valenciano, monaguense, zuliano, guariqueños etc. son particularidades culturales que no han sido reconocidas debidamente por el relato político que prevalece en el país. Esta indagación es fundamental. Sobre todo hoy en día. Recordemos que la artificialidad de una Venezuela socialista pretende obliterar estas diferencias; cancelarlas y, en consecuencia, intenta suprimir su potencialidad política.

Un relato federalizado supondría, entonces, asumir una definición de los venezolanos desde las regiones: soy venezolano en tanto larense, carabobeño, apureño, zuliano etc. Este relato, desde luego, iría acompañado por propuestas como la de las autonomías regionales y el federalismo fiscal, entre otras cosas. En fin, ser de oposición en la Venezuela actual, es apostar fuerte por la organización federal del país. Sin duda alguna, la política ahora es así.

Felices navidades y próspero año nuevo,

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