Imagen de Ramón J. Velasquez (del diario El Universal de Caracas) |
Carlos Blanco
Por allá, a fines de 1984, el presidente Jaime Lusinchi designó la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) y escogió a Ramón J. Velásquez como su Presidente. Éramos 35 sus integrantes y quien esto escribe fue nombrado Secretario Ejecutivo. Comenzó una febril actividad en la que Velásquez fue el inspirador y motor, quien al lado de los méritos que se le reconocen mostró en ese entonces una cualidad de excelente estratega. Sostuvo cinco lineamientos básicos:
1. El país que venía del Viernes Negro tenía que cambiar pronto;
2. La democracia no era concebible sin partidos pero los partidos tenían que reformarse;
3. Había que consultar al país de abajo, “el país nacional” como gustaba repetir;
4. La descentralización iba a ser el factor desencadenante de los cambios necesarios; y
5. Las resistencias al cambio iban a aparecer pronto y por eso había que convertir las reformas en un poderoso movimiento de opinión pública.
A poco más de un año de trabajo, la COPRE presentó al país su propuesta de Reformas Políticas Inmediatas bajo la dirección de Ramón J. Velásquez, que incluían la elección de gobernadores y alcaldes, así como la reforma de los partidos, entre otras. Bien pronto se levantó la resistencia prevista por él, que incluyó en forma inesperada al propio presidente Lusinchi, que se oponía a un país con “veinte presidenticos”. Esa oposición, especialmente a la descentralización, abarcó a muchos dirigentes políticos, entre los que destacaban al inicio Gonzalo Barrios, también Luis Herrera, Campíns, Ramón Escovar Salom, Miguel Ángel Burelli y Rafael Caldera, entre otros. Sin embargo, el movimiento de opinión formado logró que ya en plena campaña electoral, en agosto de 1988, se aprobara la elección de gobernadores y alcaldes, con el refuerzo entusiasta de las dos principales figuras políticas del momento, los candidatos presidenciales de AD y COPEI, Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández. El año siguiente, en diciembre de 1989, bajo el gobierno de CAP y con su tracción, se concretaría el objetivo.
Fue un tiempo luminoso, el país se descentralizaba, surgía un nuevo liderazgo representado por gobernadores y alcaldes, los servicios comenzaban a mejorar en todos los estados aunque de manera desigual. El cambio democrático era posible y las resistencias podían vencerse. Ramón J. Velásquez llegó a sostener que la descentralización era el cambio más importante del siglo XX venezolano. En su breve gobierno con motivo de la caída de CAP, aparte de navegar la crisis, impulsó el proceso iniciado, y para simbolizar ese compromiso designó a Allan Brewer Carías como Ministro de Descentralización, quien desarrolló un marco jurídico poderoso que parecía –se creía en el momento- invulnerable.
Después, con el gobierno de Caldera la descentralización se frenó; no le gustaba ni tampoco a varios de sus colaboradores, aunque hubo ministros que sí la sostuvieron. Luego con Chávez, precisamente por la resistencia que presentaba a su proyecto autoritario, fue desmantelada de día en día. No sólo eliminó competencias y atribuciones de autoridades sub-nacionales opuestas a su visión sino que también a los suyos los dejó como marionetas.
A pesar de todo, la democracia vive en esa resistencia que ha significado la descentralización. En esa resistencia que se mantiene en estados y municipios está el germen del país que vendrá, de un renacimiento que espera desde el futuro próximo. La salida –sí, la salida- del régimen actual implicará la llegada de una nueva descentralización. Y en ese momento tendemos presente a quien fue su símbolo y pionero entre nosotros, Ramón J. Velásquez. Hoy le rindo emocionado homenaje de amistad y admiración.
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