Américo Martín
Parónimos son vocablos que se parecen en su pronunciación o forma de escribirse pero que tienen significados distintos. Si les atribuimos el sentido que nos da el sonido incurriremos en un error que puede ser grave o muy risible. Y si ese error lo llevamos a la esfera política podemos anteponerle tranquilamente el adverbio “muy”. “Muy grave”, “muy risible”, pero sea uno o el otro, lo cierto es que no siempre lo que suena igual, es igual.
Algunos dicen, por ejemplo, que tanto el gobierno como la oposición muestran síntomas de división, pero el punto es que semejante efecto se aplica exclusivamente a partidos y gobiernos monolíticos, que prohíben o acallan las discrepancias porque su naturaleza es única como una roca. Tomemos el ejemplo del sedicente socialismo siglo XXI. Quien en el bloque político del poder discrepe de ese concepto o tenga una idea distinta a la que ha oficializado la cumbre del PSUV, es condenado por fraccionalista, es un conspirador que debe ser erradicado de la organización. Los recientes expulsados del partido, incluidos los miembros de la tendencia Marea Socialista, lo evidencian claramente.
Los sancionados, insultados y amenazados no han puesto en duda lo que sea el tal socialismo siglo XXI. Nadie ha sabido revelar su contenido; nadie ha logrado explicarlo con seriedad y profundidad; nadie se ha atrevido a debatirlo con la disidencia externa o interna, y últimamente ni lo intentan. Y sin embargo Giordani, Navarro, la Marea, Círculos bolivarianos han sido perseguidos por ofrecer interpretaciones diferentes al catecismo cuyos oficiantes autorizados son el presidente Maduro, el diputado Cabello y sus inmediatos seguidores.
Tratándose pues de un partido único, una voluntad, un sacerdocio autorizado y hasta una deidad única, todo el que no calce en el molde oficial está objetivamente pasándose a la oposición, o convirtiéndose en un peligroso enemigo del gobierno revolucionario.
Esa misma palabra, “división” ¿cómo opera en la acera ocupada por la alternativa democrática, cuáles son sus efectos?
Para responder apropiadamente tal pregunta, lo primero debe ser aceptar que la fuerza de la alternativa democrática no reside en su monolitismo o dominio de una voluntad dominante, de una ideología que proscribe cualquier otra, y de una disciplina férrea acuerpada en forma compacta alrededor de ese mando y su misterioso catecismo ideo-político, en nombre del cual se persigue y expulsa. Su fuerza reside en cambio en su pluralidad.
La alternativa democrática es una coalición de partidos, organizaciones civiles y personalidades que afortunadamente no piensan igual en todo, ni guardan perruna lealtad a quienes dan las órdenes invocando a endiosados fundadores; muy por el contrario, la opción democrática protege y garantiza la convivencia en su seno de todas las corrientes del pensamiento universal y de las visiones políticas varias de sus integrantes. Es una ventaja inmensurable sobre la supuesta unidad broncínea que se impone y asusta a los afiliados al oficialismo.
¿Y por qué la disidencia democrática tiene a bien lo que es tan malo para el gobierno?
Pues porque en la sociedad venezolana, como en cualquier otra de este mundo (sin excluir las sometidas a regímenes totalitarios) prolifera en forma espontánea y natural, secreta o pública, la totalidad de los pensamientos. Las dictaduras no pueden aceptarlo, no abren el puño y más bien tienden a cerrarlo, dado que el libre juego de ideologías y corrientes políticas le impediría consolidarse como eso, como dictadura. Que los medios libres y sus profesionales sean odiados y asediados es la marca de la autocracia.
Más de una candidatura presidencial sería catastrófico para el gobierno; varias de oposición es un tónico muscular, una bendición. Si allá dos abanderados hunden el buque, aquí lo salvaguardan. Se entiende que lo plural no se divide Precisamente porque es plural. Se divide un partido, una ideología, no una pluralidad de tendencias permitidas y garantizadas.
Digo más. La competencia interna es la causante de las nervaduras y grietas críticas que con tan inusitada violencia proliferan en el cuerpo del régimen y del PSUV. Pero que compitan líderes y corrientes opositoras es un ejercicio de fortaleza de la unidad democrática. ¿Y por qué no ocurre que también en la MUD la competencia debilite en lugar de fortalecer, divida en vez de unir?
Respuesta obvia: porque esa competencia, esos variados candidatos reflejan las de la sociedad y en tal sentido pueden representarla sin imposiciones ni hacerle violencia. Si lo que se busca es movilizar a la nación para un cambio pacífico y democrático, la mejor manera de hacerlo es ofrecerle opciones tan variadas como las que crepitan en ella.
La clave es que esas diferencias, esas candidaturas variadas vayan en la misma dirección sin negarse unas a otras. Todas coinciden en que el actual sistema debe cambiar en favor de una democracia capaz de restablecer la convivencia en el marco del estado de derecho y el imperio de las libertades públicas. Esa es y siempre fue la clave del cambio democrático. Muchos autócratas emblemáticos fueron derrotados por amplias coaliciones representativas de la variedad del pensamiento. No querían aplastar al que piensa distinto. Al contrario, le garantizaban su expresión legal. Forjaron la unidad para alcanzar un sistema en el cual discrepar y competir no fueran delitos sino virtudes. El profesor Germán Carrera Damas ha escrito con probidad que en Venezuela hay una larga marcha hacia la democracia. Ha sido capaz de superar los eclipses transitorios impuestos por los autócratas.
No es una frase para levantarle la moral a nadie. Es una verdad consagrada históricamente y que puede certificarse observando las enormes dificultades que afectan al gobierno y hunden a nuestra agobiada Venezuela.
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