domingo, 1 de junio de 2014

La polilla radicalista


Simón García

Los radicalistas aborrecen la quietud y son adictos a la marcha rápida. El ritmo real de los hechos los desquicia. Se empecinan en correr por una sola vía y en el mismo sentido. Reducen las formas de lucha a una talla única. Su carrera precipitada hacia el objetivo final, les hace despreciar logros intermedios o parciales. Para ellos el abismo está atrás, retroceder es el acabose.  

Lenin pulverizó las políticas que intentaron sobrepasar las suyas por la izquierda. Las catalogó como izquierdismo, infantilismo, radicalismo. Según él, una posición que aunque obedeciera a los mejores deseos, derivaba en falsas ilusiones al equivocar los medios y la oportunidad para llevarlos a cabo. Al contrario de lo que afirma la santería radicalista, son los cambios de velocidad, el zigzagueo, la concesión que abre apoyos y la amplitud lo que permite, en determinadas condiciones, salvar las transformaciones. Por eso a la genialidad política de Lenin se le reconoce la invención del paso atrás. 

Se dice que sus apoyantes ultraradicales tumbaron a Allende.  El partido del presidente pretendió ir más allá de donde lo permitía la correlación de fuerzas, provocar la ira de los conservadores, irritar innecesariamente a la clase media y proyectar el socialismo como una amenaza a la paz, a la convivencia y al bienestar.

Entre nosotros se cumplió la hazaña ultrista de haber intentado derrocar por medios violentos un gobierno  democráticamente legítimo por origen y desempeño, el de Rómulo Betancourt que dio inicio a las más importantes transformaciones de fondo de nuestro país en el siglo XX. Un error histórico cometido por una vanguardia integrada por mentes muy lúcidas, que cuando iniciaron una rectificación y al calor de acontecimientos de impacto mundial, dejaron en la cola a la ultraizquierda de la década del setenta con sus sacos de descalificaciones y acusaciones. No pudieron dividir porque estuvo constituida por grupos minoritarios, de carácter más simbólico que transformador y limitados a testimoniar una furia antisistema sin visión de país.

En los tiempos que corren ha reaparecido un nuevo el liderazgo de la desesperación, actuando bajo el dogma del todo o nada, reclamando que los procesos arrojen resultados antes de que estos hayan sido incubados y cultivados, descalificando y segregando a quienes piensan diferente, endilgando con la mayor irresponsabilidad la condición de colaboracionistas o traidores a los que llaman a mirar al país completo. Para ellos toda amplitud o aproximación a la otra acera es objeto de sospecha.

Este radicalismo rojo ha irrumpido con furia en el partido de gobierno y se agazapa en ciertos ámbitos del Estado bajo el supuesto de impedir las claudicaciones ante la oposición. Han asumido pública y notoriamente una línea de boicot al diálogo como vía para obstaculizar que Maduro se convierta en un nuevo líder único. Sus radicales le quieren rebajar el bigote. 

  En el PSUV hay una unidad de precarias conveniencias. Su soldadura reside más en los alicientes que ofrece el uso del poder que en un proyecto de mejoramiento de la sociedad. Hay mucha procesión cruzada, pese a las cortesías obligadas entre camaradas propicios a tomar rutas opuestas.  

No cuesta mucho visualizar el punto de la discrepancia: El gobierno no puede avanzar contra un conjunto de crisis que lo desbordan incesantemente. No es sólo el colapso económico que por sus efectos, corrosivos de popularidad y destructivos de la sociedad, debe ser revertido con la mayor urgencia. Es también el evidente desgaste de sus herramientas de hegemonía. 

La disyuntiva es clara: No se puede superar la  crisis de gestión manteniendo el modelo. Si Maduro se priva él se debilita, si mantiene el actual rumbo debilita al proceso. Le ha llegado la hora de pensar en un gran viraje antes que la implosión deje ver que el trabajo invisible de las polillas se comió al proceso.

1 comentario:

Antonio Avellan dijo...

No importa el color de la polilla radicalista es igual de dañina!!!.
Antonio