domingo, 22 de junio de 2014

La patada contra el monje



Simón García

La salida de Giordani no va a generar un terremoto en el PSUV. No es una causa, sino una de las  muchas consecuencias que la erupción de los enfrentamientos por el control del coroto está produciendo. Un cruce de golpes que, como en las sombras chinas, se puede ver en su proyección sin estar necesariamente mirando los movimientos reales.

Es una patada emblemática.  Primero por el papel, guardián de la pureza del modelo y de su correcta imposición, que desempeñaba como  primer planificador. Giordani podía levantar el banderín a los fuera de lugar porque representaba, así fuera con autoridad  prestada, la visión marxista ortodoxa. El hombre era el conector con la limpieza de sangre ideológica, lo cual le confería enorme influencia en las decisiones del gabinete económico.

La significación concreta de su salida no sorprende. Ratifica lo que parece ser una ley de las revoluciones basadas o emparentadas con el marxismo: Comienzan como el asalto al cielo y terminan como la bajada al infierno. Se vuelve a repetir la eterna historia de los revolucionarios engullidos por su revolución. Pero en la letra chiquita de su nombrada carta, Giordani deja en claro que este proceso entró en la fase de convertir en opositores hasta a sus propios partidarios. Síntoma terminal.

El monje pasará a ser un pretexto para aplastar a los críticos y para descalificar los descontentos que están creciendo dentro del PSUV y en los sectores sociales que han sido la base de apoyo del proceso. Pero lo más importante será que, al achacarle todos los errores y fracasos asociados a la gestión gubernamental durante el último año, Giordani será usado para justificar el viraje económico que Maduro consideraba inevitable, pero que no se atrevía a dar. Ahora hay un traidor, sin fuerza interna, al cual se puede crucificar.

Giordani también servirá de mampara para seguir ocultando al gran responsable de la catástrofe. La experiencia venezolana, a diferencia de los procesos en Rusia, China, Cuba o Vietnam, no tiene épica y se inició a partir de una victoria electoral. Chávez ignoró esta distinción por lo que el absoluto control del Estado y la estatización de la economía sólo condujeron a destruir el aparato productivo, restringir los derechos de los trabajadores y rodear de privilegios a una boliburguesía.

El fracaso amenaza volverse una caja sin fondo. Tal vez ya al gobierno no quede sino el recurso final de introducir cambios en el modelo para salvar lo fundamental: mantener el usufructo del poder por todos los medios posibles. Los pragmáticos saben que el modelo chino es un espejismo porque en la situación de Venezuela no se puede pensar en la liberalización de la economía para cerrar la sociedad mediante una acentuación del ejercicio autocrático del poder.

Los fracasos también buscan la oportunidad de pasar factura. La línea de contención de la pérdida de apoyo gubernamental está en torno al 30% y  con fisuras que pueden rebajar esa cifra. Paradójicamente la aplicación del paquete rojo pudiera  crear condiciones para mejorar hacia finales del año próximo la valoración del gobierno. Pero al gobierno se le puede aplicar la máxima gramsciana que tanto invocaba Chávez. Pero aunque los quince años se niegan a morir y su alternativa tiene dificultades para nacer, los tiempos están dados para cambiar.

La crisis que estamos viviendo no es una contingencia marginal. El cambio de situación ha pasado a ser un anhelo de toda la población. Ya no un tema para distinguir si se es partidario del gobierno o de la oposición. Es un objetivo de sobrevivencia de país.

La masa está en el punto para moldear otro proyecto nacional. La gran incógnita es si las fuerzas de oposición van a operar como aceleradores de una nueva conciencia democrática y progresista, si sabrán dar los pasos para construir una hegemonía inclusiva.

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