Nathan Gardels
En las elecciones democráticas cuentan más las exigencias inmediatas de los votantes que la sostenibilidad a largo plazo. El futuro nunca importa ahora. Rendirse al presente, sin embargo, entraña terribles riesgos.
En el centro de Buenos Aires, las dos fachadas del edificio que alberga los ministerios de Sanidad y Desarrollo Social muestran sendos rostros gigantes de Eva Perón. El que da a los barrios pobres del sur, sonriente y compasivo. El que da a los barrios ricos del norte, enfadado, agitado y desafiante. Su imagen domina la capital argentina y su legado sobrevuela el futuro de Latinoamérica.
Poco antes de que Evita muriera, en 1952, el Congreso Argentino la nombró “Líder espiritual de la nación”, por su labor en favor de los descamisados en la Sociedad de Beneficencia que había fundado. En la cultura popular y la memoria colectiva de Latinoamérica, los Perón constituyen el populismo de las industrias nacionales protegidas y los programas sociales dispensados por un caudillo, financiados por una deuda insostenible que lleva a la inflación descontrolada, la corrupción, el caos y el descontento, y desemboca en un golpe militar.
Aunque hoy, en su mayoría, los ejércitos latinoamericanos ya no son intervencionistas, la política populista sigue siendo una tentación, incluso mayor que nunca, porque hay una clase media políticamente activa y pujante gracias al auge de las exportaciones de soja, maíz, cobre, petróleo y otras materias primas a una China voraz.
En las elecciones democráticas siempre cuentan más las exigencias inmediatas de los votantes que la sostenibilidad social a largo plazo. Por definición, el futuro no importa ahora. Existen enormes presiones para que toda esa riqueza se gaste ya, en subsidios a los pobres, ayudas para la compra de vivienda, pensiones generosas para los trabajadores o la ampliación de las redes de protección social. Es inevitable que la estabilidad macroeconómica y las inversiones en infraestructuras, enseñanza pública de calidad e I+D queden relegadas. Otra característica de ese populismo es la protección de las industrias nacionales frente a la competencia.
Sin embargo, la historia demuestra que el populismo que ignora las leyes económicas es insostenible a largo plazo, y entonces se repite el ciclo de deuda, inflación y autoritarismo. La responsabilidad fiscal y la competencia son necesarias para un Gobierno democrático sostenible.
Venezuela. El ejemplo más claro de populismo tradicional ha sido el chavismo. Hugo Chávez se propuso erradicar las terribles desigualdades dedicando el dinero del petróleo a amplios programas para los pobres. Sus vidas mejoraron, sin duda. Pero al morir Chávez, Venezuela tenía la inflación más alta del mundo, casi un 23%, y tuvo que pedir prestados 46.000 millones de dólares a China. En las últimas semanas ha devaluado dos veces su moneda.
Los programas sociales dispensados por un caudillo terminan en una inflación descontrolada.
La hostilidad de Chávez a las inversiones extranjeras ha impedido modernizar la industria petrolera, que constituye el 95% de sus exportaciones, por lo que estas han disminuido una cuarta parte desde 1999.
Argentina. Vive de sus exportaciones de soja, trigo, vacuno y minerales a Brasil, China y otros lugares, pero ha gastado tanto que en 2001 fue incapaz de pagar su deuda exterior. Aunque la devaluación de su moneda estimuló las exportaciones y permitió una recuperación inicial, su crecimiento ha vuelto a estancarse y el viejo espectro de la inflación ha regresado, como muestra la enorme diferencia entre el tipo de cambio oficial del dólar —unos 5 pesos— y el “tipo paralelo” de más de 8 pesos por dólar. Todo el mundo tiene la aterradora sensación de que sus ahorros van a volver a evaporarse.
Brasil. Se dice que Brasil es el “milagro” de Latinoamérica, en gran parte debido a la demanda china de petróleo y soja. Gracias al rápido crecimiento económico y a programas como Bolsa Familia, que vincula la ayuda a las familias pobres a que sus hijos vayan a la escuela, 22 millones de personas han salido de la pobreza desde 2003 y la alfabetización ha mejorado. En su esfuerzo por apuntalar la economía y crear más empleo para los pobres, la presidenta Dilma Rousseff está recurriendo cada vez más a soluciones estatalistas que Lula da Silva y Fernando Cardoso habían rechazado.
Esta estrategia crea cuellos de botella que están retrasando el milagro económico brasileño. La mala inversión en infraestructuras hace que en los puertos haya cientos de camiones llenos de soja y que China haya anulado un contrato para comprar el 5% de la cosecha de soja del país porque el plazo de entrega no era fiable.
Para revivir el sector de la construcción naval, se ordenó al gigante petrolífero estatal, Petrobras, que comprara buques nacionales. Hoy, los costes desbordados y los retrasos en las entregas están retrasando el transporte de crudo. Y los hallazgos de petróleo de esquisto en todo el mundo amenazan la importancia de las exportaciones brasileñas para su economía.
Los altos aranceles a las importaciones hacen que muchos bienes de consumo sean caros y su economía esté poco diversificada. Frente a los acuerdos de libre comercio de México y Chile, Brasil solo tiene con la Autoridad Palestina, Egipto e Israel.
El reto es el de evitar políticas que, en nombre de los pobres, no generen avances duraderos.
Chile. Se ha convertido en el Singapur del Hemisferio Occidental y es, con Colombia y México, de los países que ha resistido la tentación populista. Con el 95% de sus transacciones basadas en acuerdos de libre comercio, en Santiago es posible adquirir cualquier cosa de cualquier país. Su clase política ha sabido hacer que la economía nacional no dependa de su principal materia prima, el cobre, que hoy se exporta casi por completo a China.
Durante la presidencia de Ricardo Lagos (2000-2006), se estableció un programa para dedicar los ingresos de futuros contratos de cobre a un fondo de I+D de nuevas tecnologías. Lagos me dijo: “El cobre se acabará algún día. Tenemos que utilizar los recursos actuales para financiar el futuro y diversificar la economía”.
Colombia. El actual presidente José Manuel Santos es un líder al estilo de la “tercera vía” de Bill Clinton y Tony Blair. Dice que el buen gobierno significa “todo el mercado posible y todo el gobierno necesario”.
Mientras intenta valientemente sacar a Colombia de su larga guerra civil con las FARC, está preparando un futuro basado más en el conocimiento que en las materias primas. Para ello, ha presentado un programa que llevará tabletas digitales a los alumnos más pobres y la conexión de banda ancha a 1.200 ciudades de todo el país, siguiendo el ejemplo de Corea del Sur.
México. Con Enrique Peña Nieto, México está alejándose de su pasado populista y aprovechando los logros de su predecesor, Felipe Calderón, y el acuerdo NAFTA de los años noventa. El año pasado la economía creció el 4%, y se espera que en 2013 crezca más. Tiene superávit. Posee una inmensa clase media y una economía diversificada que atrae inversiones extranjeras directas, gracias a su ingeniería y sus excelentes profesionales y a su proximidad con el mercado estadounidense. El aumento de los salarios en China está haciendo que vuelvan a México empresas que se habían ido allí. NAFTA y otros acuerdos comerciales han contribuido a la diversificación y han reducido los precios en un 50% desde el 2000.
En diciembre asistí a la toma de posesión de Peña Nieto en el Palacio Nacional de México. Se atrevió a prometer, delante de Carlos Slim, el magnate de las telecomunicaciones, y Emilio Azcárraga, el magnate de los medios de comunicación, que acabaría con los monopolios del sector en México. Prometió reformar el sindicato de enseñantes y “abrir” PEMEX, el mastodonte estatal del petróleo, a las inversiones extranjeras. Sin tecnología ni competencia, la empresa es un auténtico poder nacional y no ha sabido modernizarse.
Los asistentes se asombraron por el alcance del programa y, al día siguiente, Peña Nieto acabó con los resentimientos partidistas al anunciar un pacto de consenso con los demás grandes partidos en apoyo de sus reformas. No han pasado ni cinco meses y está cumpliendo sus promesas.
El papa Francisco. Nos ha recordado su “preferencia por los pobres”, pero la pobreza sigue siendo un grave problema para Latinoamérica. La brecha debería cerrarse a medida que crezca la clase media. Pero para no recaer en el pasado, los Gobiernos democráticos deben eludir la tentación populista que, en nombre de los pobres, ha causado tantas veces el regreso a la nada en vez de un avance sostenible y duradero. Ese es el reto actual de Latinoamérica.
Nathan Gardels es director de Global Viewpoint Network y coautor con Nicolas Berggruen de Gobernanza inteligente para el siglo XXI (Taurus).
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Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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