domingo, 27 de septiembre de 2015

Este conflicto universitario




Asdrúbal Romero M.

Permítaseme una metáfora: Venezuela es como un ascensor que, a doscientos metros de profundidad en el subsuelo, desciende a una velocidad de 50 metros por segundo. Dentro del ascensor van las empobrecidas universidades que confrontan severos problemas de financiamiento para mantener su viabilidad operativa y, dentro de ellas, viajamos sus empobrecidos trabajadores. Lo peor está por ocurrir, lo dicen todos los expertos: el 2016 será mucho peor que lo que ya estamos viviendo.

Nos enfrentamos a un verdadero tsunami económico y social, por lo que la óptica con la que debe ser analizado un conflicto universitario en este contexto, sus objetivos y métodos, debe ser muy distinta a la que utilizáramos en nuestra larga historia de conflictos con los gobiernos de turno. No se trata de resolver un deterioro provisional de nuestro salario, ni de luchar porque a las universidades se les estén escamoteando los recursos para favorecer a otros sectores en la repartición de la torta, sino de cómo utilizamos nuestro potencial de influencia sobre el rumbo del país para convertirlo en poderoso vector opositor a las erradas políticas que lo están hundiendo. En este sentido, el inescapable conflicto que tenemos por delante es de naturaleza altamente política –todos en el pasado lo han sido en algún grado pero ninguno como este- y así debe ser asumido, sin ambages.

Si el conflicto sirviese para lograr una rectificación por parte del gobierno de las políticas que viene aplicando y poner en vigencia otras que reviertan la nefasta tendencia, o en caso de seguirse negando lograse el cese de sus funciones, podríamos calificarlo de altamente efectivo. Esto me provee de un criterio para valorar el potencial de un conflicto. En este sentido: ¿Cuál sería el conflicto ideal en mi opinión? Uno que englobara a todo el sector educativo, incluyendo tanto al público como al privado porque la educación es una sola. Desde hace ya varios años, la prestación de servicio educativo en este país ha venido siendo muy mal remunerada. Los profesores, a cualquier nivel, con nuestros bajos sueldos nos hemos convertido en financiadores de la educación -de la pública y de la privada-. Con la inflación galopante, a un tris de evolucionar hacia hiperinflación, esta situación ha llegado a niveles intolerables y de indignidad. Esta circunstancia, por supuesto, que está teniendo incidencia en el descenso de la calidad de la Educación en el país. No olvidemos que tarde o temprano se cumple el siguiente principio: “obtenemos la educación que pagamos”.

Y uno se pregunta, si por allí están los profesores de educación básica y media (sector público) pendientes de que se les concluya la discusión de su convenio: ¿Qué es lo que ha impedido que se produzca esa gran alianza con la FAPUV? Yo, desde hace varios meses, vengo hablando de esto a cuánto dirigente pueda hablarle, pero ocurre un no sé qué en este país que hace lucir como un imposible que algo que está de anteojitos se produzca. Seguramente inciden muchos factores para que no se logre, pero, obviamente, hay uno que se puede señalar sin lugar a duda: la inexistencia de un nivel superior de coordinación política. Consecuencia de esa falta de acompañamiento de los factores democráticos de oposición a los legítimos reclamos de la sociedad civil que tanto se ha criticado. Es como si al cerebro político opositor de nuestro país se le hubiese dañado la corteza prefrontal ventromedial que es la región donde se maneja la empatía.

Lo cierto es que todo parece indicar que esa gran alianza con mortífero poder de fuego no se concretará. Quizás sea eso, que su potencial de fuego es demasiado grande en un momento en el cual pareciera interesar más: demostrarle al Régimen que pasó a ser clara minoría. El 6D se ha convertido en el gran factor represor del legítimo y justísimo clima de protesta que debiera estar reinando en un país que está a punto de irse a pique. Todos esperamos al 6D mientras la procesión va por dentro, un signo del entrampamiento en el que estamos sumidos. La ruta electoral y la protesta social tienden a entrar en zona de disonancia, una condición de contorno a considerar en el análisis de contexto del conflicto universitario que ya está prácticamente decretado (escribo estas líneas un día antes de la Asamblea de la APUC, en las otras universidades autónomas sus respectivas asambleas ya lo han aprobado). Si yo fuese FAPUV, intentaría tender los lazos en procura del escenario ideal de conflicto.


En el escenario real surge la interrogante cómo debería ser ese conflicto, constreñido al ámbito universitario, que habría que diseñarlo estratégicamente y ejecutarlo para que tuviese la mayor efectividad posible  de acuerdo al criterio ya enunciado. ¿Cómo se sienta al gobierno con la variable inflación puesta sobre la mesa de negociación para extraer un compromiso suyo en ese sentido? NO HAY TABLA QUE VALGA si el ritmo inflacionario va a seguir destrozando nuestra calidad de vida y la posibilidad de que la Universidad pueda funcionar. Las dos cosas: salario y viabilidad institucional. Gremio e institucionalidad universitaria unidos. Más: proceso pedagógico irradiado hacia el país, porque es nuestro deber como sector fundamental de la “intelligentsia” del mismo, y hacia el sector estudiantil a fin de lograr su involucramiento en el conflicto.           

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