Asdrúbal Romero
M.
Permítaseme una metáfora: Venezuela es como
un ascensor que, a doscientos metros de profundidad en el subsuelo, desciende a
una velocidad de 50 metros por segundo. Dentro del ascensor van las
empobrecidas universidades que confrontan severos problemas de financiamiento
para mantener su viabilidad operativa y, dentro de ellas, viajamos sus
empobrecidos trabajadores. Lo peor está por ocurrir, lo dicen todos los
expertos: el 2016 será mucho peor que lo que ya estamos viviendo.
Nos enfrentamos a un verdadero tsunami
económico y social, por lo que la óptica con la que debe ser analizado un
conflicto universitario en este contexto, sus objetivos y métodos, debe ser muy
distinta a la que utilizáramos en nuestra larga historia de conflictos con los
gobiernos de turno. No se trata de resolver un deterioro provisional de nuestro
salario, ni de luchar porque a las universidades se les estén escamoteando los
recursos para favorecer a otros sectores en la repartición de la torta, sino de
cómo utilizamos nuestro potencial de influencia sobre el rumbo del país para
convertirlo en poderoso vector opositor a las erradas políticas que lo están
hundiendo. En este sentido, el inescapable conflicto que tenemos por delante es
de naturaleza altamente política –todos en el pasado lo han sido en algún grado
pero ninguno como este- y así debe ser asumido, sin ambages.
Si el conflicto sirviese para lograr una
rectificación por parte del gobierno de las políticas que viene aplicando y poner
en vigencia otras que reviertan la nefasta tendencia, o en caso de seguirse
negando lograse el cese de sus funciones, podríamos calificarlo de altamente efectivo.
Esto me provee de un criterio para valorar el potencial de un conflicto. En
este sentido: ¿Cuál sería el conflicto ideal en mi opinión? Uno que englobara a
todo el sector educativo, incluyendo tanto al público como al privado porque la
educación es una sola. Desde hace ya varios años, la prestación de servicio
educativo en este país ha venido siendo muy mal remunerada. Los profesores, a
cualquier nivel, con nuestros bajos sueldos nos hemos convertido en
financiadores de la educación -de la pública y de la privada-. Con la inflación
galopante, a un tris de evolucionar hacia hiperinflación, esta situación ha
llegado a niveles intolerables y de indignidad. Esta circunstancia, por
supuesto, que está teniendo incidencia en el descenso de la calidad de la
Educación en el país. No olvidemos que tarde o temprano se cumple el siguiente
principio: “obtenemos la educación que pagamos”.
Y uno se pregunta, si por allí están los
profesores de educación básica y media (sector público) pendientes de que se
les concluya la discusión de su convenio: ¿Qué es lo que ha impedido que se
produzca esa gran alianza con la FAPUV? Yo, desde hace varios meses, vengo
hablando de esto a cuánto dirigente pueda hablarle, pero ocurre un no sé qué en
este país que hace lucir como un imposible que algo que está de anteojitos se
produzca. Seguramente inciden muchos factores para que no se logre, pero,
obviamente, hay uno que se puede señalar sin lugar a duda: la inexistencia de
un nivel superior de coordinación política. Consecuencia de esa falta de
acompañamiento de los factores democráticos de oposición a los legítimos
reclamos de la sociedad civil que tanto se ha criticado. Es como si al cerebro
político opositor de nuestro país se le hubiese dañado la corteza prefrontal
ventromedial que es la región donde se maneja la empatía.
Lo cierto es que todo parece indicar que esa
gran alianza con mortífero poder de fuego no se concretará. Quizás sea eso, que
su potencial de fuego es demasiado grande en un momento en el cual pareciera
interesar más: demostrarle al Régimen que pasó a ser clara minoría. El 6D se ha
convertido en el gran factor represor del legítimo y justísimo clima de
protesta que debiera estar reinando en un país que está a punto de irse a
pique. Todos esperamos al 6D mientras la procesión va por dentro, un signo del
entrampamiento en el que estamos sumidos. La ruta electoral y la protesta
social tienden a entrar en zona de disonancia, una condición de contorno a
considerar en el análisis de contexto del conflicto universitario que ya está
prácticamente decretado (escribo estas líneas un día antes de la Asamblea de la
APUC, en las otras universidades autónomas sus respectivas asambleas ya lo han
aprobado). Si yo fuese FAPUV, intentaría tender los lazos en procura del
escenario ideal de conflicto.
En el escenario real surge la interrogante cómo
debería ser ese conflicto, constreñido al ámbito universitario, que habría que
diseñarlo estratégicamente y ejecutarlo para que tuviese la mayor efectividad
posible de acuerdo al criterio ya
enunciado. ¿Cómo se sienta al gobierno con la variable inflación puesta sobre
la mesa de negociación para extraer un compromiso suyo en ese sentido? NO HAY
TABLA QUE VALGA si el ritmo inflacionario va a seguir destrozando nuestra
calidad de vida y la posibilidad de que la Universidad pueda funcionar. Las dos
cosas: salario y viabilidad institucional. Gremio e institucionalidad
universitaria unidos. Más: proceso pedagógico irradiado hacia el país, porque
es nuestro deber como sector fundamental de la “intelligentsia” del mismo, y hacia el sector estudiantil a fin de lograr su involucramiento en el conflicto.
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