Asdrúbal Romero
I-Una respuesta necesaria
Soy integrante de múltiples grupos de whatsapp, lo
cual me permite mantenerme enterado de los acontecimientos políticos en
Venezuela a pesar de mi temporal distanciamiento físico. El flujo de
informaciones es un tanto reiterativo pero no me importa. Hace pocos días, por
varios de los grupos a los que estoy suscrito, me llega un texto de un muy
respetado profesor universitario, y además buen amigo, en el cual despotrica de
“ese estribillo reciente de la Neuropolítica del emocionar para convencer” –uso
las comillas para reflejar sus propias palabras-. Del cual dice que nunca como
ahora ha sido tan peligroso, “sobre todo porque nunca como ahora se había
requerido más serenidad, más reflexión y menos la levedad de la pasión”. Así
comienza la andanada un tanto furiosa de este buen amigo que amerita una
respuesta de nuestra parte.
Debo hacerlo, porque tanto en mi blog, como en el del
Observatorio Venezolano de las Autonomías (OVA), he publicado textos en los que
he recomendado a la alianza opositora democrática la apelación a estrategias
comunicacionales sustentadas en la Neuropolítica. Como también lo ha hecho mi
mentor en estas lides, el antropólogo Dr. Nelson Acosta Espinoza, secretario
ejecutivo del OVA, con quien he integrado un pequeño grupo difusor y promotor
de estas ideas tanto en el ámbito regional como nacional. Pero antes de tratar
de estructurar una respuesta lo más sintetizada posible, me resulta inescapable
dar mi opinión sobre las iniciativas más recientes de la Asamblea Nacional (AN)
y la MUD al haberse producido la extravagante y definitiva pateada, por parte
del Régimen, del tablero donde se venía desarrollando un ya demasiado desigual
juego democrático.
II-Mi opinión sobre los recientes acontecimientos
(al 25/10)
Seré conciso al respecto. Estoy de acuerdo con el
comunicado inicial de la AN, muy claro y sin ambages, así como la actitud firme
y combativa de la máxima dirigencia de la MUD en la rueda de prensa contentiva
de su pronunciamiento con relación a la suspensión del RR. Muchos podíamos
presumir que el Régimen terminaría actuando de la manera como lo ha hecho, de
una forma o de otra, pero vuelvo a insistir en lo siguiente: a la MUD, como
plataforma opositora institucional, no le quedaba más remedio que cumplir con
todo el protocolo formal que le condujera a poder demostrarle al mundo, de
manera fehaciente e incontrovertible, que se estaba enfrentando a un régimen
que ya había decidido quitarse su última careta democrática. Ya no hay dudas ni
espacio para conductas ambiguas.
También manifiesto mi complacencia con el plan
anunciado por la AN en su primera sesión posterior al remate de golpe de estado
propiciado por el Régimen (tengo la impresión de que el remate fue adelantado
por una facción interna del mismo, el diosdadismo, y que al resto de la
oprobiosa banda no le quedó más remedio que asumirlo y profundizarlo -sólo una
hipótesis a verificar posteriormente-). En estos días decisivos por venir, la
Unidad será el activo más importante a proteger por la MUD. Hago mía estas
palabras del valioso dirigente y ex diputado Julio Castillo, con las cuales ha
insistido en el valor de la Unidad de cara a lo que se nos viene encima.
¡A cuidar la Unidad! Ahora más que nunca, necesarias:
la discusión serena; la reflexión acuciosa; nada de dejarse llevar por las
pasiones. Nótese que estoy de acuerdo con las conclusiones que, de entrada,
plantea este amigo en su texto lanzado como un guante retador a la nube
digital. Lo que no veo es cuál es la relación que él construye en su cerebro
para asociar, de manera biunívoca, una comunicación política que
conecte con las emociones de los ciudadanos con unas conductas tipificables
como contrarias o reñidas con lo que ambos postulamos como conductas racionales
y deseables en la coyuntura política actual.
III-Ahora sí: la respuesta
La neurociencia avanza a ritmo vertiginoso. Cada día
se obtienen mayores y más detallados conocimientos sobre cómo funciona el
cerebro humano. Y en el contexto de esa funcionalidad también sabemos más sobre
cómo tomamos decisiones. Desde 1995, año en el que el neurólogo Antonio Damasio
publicó los resultados de su seminal trabajo de investigación en “El error de
Descartes”, surge un nuevo paradigma según el cual ya deja de ser válido
percibir lo emocional y lo racional como dos extremos opuestos en la toma de
decisiones. Dice el mismo Damasio: propongo en este libro que el razonar
puede que no sea tan puramente racional como la mayoría de nosotros
piensa o le gustaría -obviamente le encantaría a nuestro amigo-. Las emociones
y los sentimientos juegan un papel central en la toma de decisiones por la
forma cómo nuestros cerebros están construidos. Cada uno de nosotros tiene
instalada en su cabeza una gigantesca red de circuitos neuronales, un conectoma
particular, y cada decisión se produce como una activación concertada de
circuitos que manejan lo emocional y circuitos de razonamiento. Las emociones y
la razón se entremezclan en esa inmensa red. Para bien o para mal, así funciona
nuestro cerebro. Nos guste o no, este es un hecho al cual hoy se le reconoce
base científica.
No se puede negar que, bajo ciertas circunstancias,
las emociones y sentimientos pueden terminar siendo bombas atómicas
devastadoras del proceso de razonamiento. Esto lo reconocemos. Lo que se sabe
menos –no se ha asentado todavía en la sabiduría popular- es que la ausencia de
emociones y sentimientos en un ser humano no es menos capaz de comprometer su
racionalidad. Son las emociones y sentimientos las que nos impulsan a decidir,
“las que nos motivan para desplazarnos hacia el lugar adecuado en el espacio de
toma de decisiones” –otra vez Damasio-.
Expuesto lo anterior -sobre lo cual no creo necesario
extenderme más-: del núcleo duro de la Neurociencia se han derivado sub áreas
de conocimiento con un perfil más pragmático, orientadas hacia la aplicación de
ese nuevo paradigma en campos del quehacer humano. Por ejemplo, el Neuromarketing:
¿Por qué compramos este producto y no otro? ¿Por qué seguimos siendo fieles a
la marca de cereales que mamá compraba para darnos nuestro desayuno y no una
nueva, más sana, nutritiva y de menor precio? Interrogantes que se
analizan bajo la lupa del nuevo paradigma, el cual también ha sometido a
revisión los viejos cimientos de las teorías económicas. Ese homo economicus
estrictamente racional, que pondera, acuciosamente, las opciones entre las
cuales decidir, calcula ganancias, costos, probabilidades de riesgo y busca
optimizar su beneficio esperado, ya no existe más como arquetipo representativo
del perfil promedio de los tomadores de decisiones. Ni tampoco existe un homo
politicus equivalente, que evalúe cuidadosa y racionalmente las propuestas programáticas
de todas las opciones políticas entre las que decidir su voto. Aquí es donde
entra la Neuropolítica. Orientada a democratizar el conocimiento sobre una
cabal comprensión de cómo funciona el cerebro político de los ciudadanos
electores: ¿Cómo se generan las simpatías o antipatías hacia los diferentes
partidos o líderes políticos? ¿Por qué es tan importante el sentimiento de
afiliación partidista –political partisanship- como factor fundamental
en la predicción electoral?
Por supuesto la Neuropolítica, partiendo de esa cabal
compresión que, seguramente, todavía no se ha alcanzado del todo, ya está en la
posibilidad de proponer nuevos esquemas y estrategias para lograr una
comunicación política que se conecte más eficazmente con ese cerebro emocional-racional
de los electores. El “Emocionar para Convencer” es eso. Se ubica en el campo de
los medios o herramientas para conseguir algo y no de los fines. Esta
distinción es fundamental porque nuestro amigo, en su texto, hace alusión a
movimientos políticos –nazismo, fascismo, comunismo, talibanismo- que han
emocionado, convencido y cuyos resultados de sus ejecutorias políticas han sido
tremendamente malignos. Efectivamente: Hitler y Chávez emocionaron para
convencer a sus seguidores de que se abalanzaran hacia dos precipicios:
el de Auschwitz, emblema hoy de lo que es una experiencia histórica del
mal, en el primer caso y, en el caso del nuestro, el de una debacle acelerada
de un país -económica, social, institucional, moral y en todos los sentidos- que
ya apunta hacia convertirse en otro emblema de malignidad destinado a mantener
llamativo lugar en los anales de la historia: ¿Cómo se puede dañar tanto en tan
poco tiempo a un país? Ellos usaron a las emociones en su estrategia
comunicacional para convencer a la mayoría de los ciudadanos de sus respectivos
países de anotarse en proyectos cuyos fines no eran buenos. Que utilizaron mil
veces la mentira y que manipularon las emociones, es cierto, pero, no se puede
ir tanto allá como para generalizar una conclusión y acusar de que apelar a las
emociones en la comunicación política sea malo. Lo que fue malo eran los fines
de los proyectos que ellos pretendían consolidar y su alevosa maldad para
manipular.
En tiempos de la Gran Depresión, cuando la mayoría de
los ciudadanos americanos tenían muy poco que llevar a sus mesas, su presidente
Franklin Roosevelt, con apenas dos meses en el cargo, inició sus famosas
conversaciones vía radio. Se sentaba al lado de su chimenea y les hablaba como
si estuviese hablando con cada uno de ellos. Logró hablarle a los
corazones y las mentes de los americanos. Tenía intelecto, pero además la
capacidad para transmitirles que él estaba sintiendo lo mismo que ellos sentían
–empatía-. Les dijo que ellos no tenían nada que temer, sólo podían temer de sí
mismos. Fue cuando les propuso “The New Deal” –El Nuevo Trato- con el
que sacó el país del barranco en el que estaba metido. Franklin Roosevelt
emocionó para convencer. Era el año de 1933. Drew Westen, en su libro “El
Cerebro Político”–“The Political Brain”-, presenta este caso como
emblemáticamente ilustrativo de lo que se puede conseguir cuando se le llega al
corazón de los ciudadanos que, por supuesto, se encuentra ubicado en el cerebro
de cada cual.
Este caso nos muestra una historia de éxito,
contraria a las esgrimidas por nuestro amigo en este sano debate. Es decir:
también se puede emocionar para convencer de la participación en proyectos
políticos con buenos fines. En el caso de Franklin Roosevelt: buenos fines y
felices resultados. Afirmar, temerariamente, que el “emocionar para convencer”
es malo es como decir que la Teoría de la Relatividad de Einstein es mala,
porque de ella se pudieron extraer los fundamentos teóricos para la
construcción de la bomba atómica. Es exactamente lo mismo.
En este crucial momento del país, cuando nos
enfrentamos a un régimen en el ámbito de lo moral y de lo digno -porque es
nuestra dignidad, como nación y como individuos, la que está siendo barrida por
el piso-, creo con firme convicción que están dadas las condiciones para
abanderar el cambio para el bien con un discurso moral que emocione y convenza.
Un discurso, además, en el que se sientan representados los más débiles y vulnerables,
porque son ellos los que más padecen el abandono de este maligno régimen a la
más precaria de las suertes. ¡Ahora más que nunca!
Como diría mi abuela, creo que nuestro amigo confunde
la gimnasia con la magnesia cuando entremezcla en su argumentación medios con
fines. Más explicativamente: medios utilizables para convencer con los fines
que se propone el que busca convencer. Extrapola de los resultados, en los
ejemplos por él seleccionados, hacia atrás para extraer conclusiones
generalizadas sobre un medio utilizado. Pero no sólo existe esa confusión en su
texto, también confunde los tiempos. Pareciera insinuar que de prosperar una
estrategia de emocionar para convencer a la gran mayoría de los venezolanos de
su participación política decidida para acabar con esta pesadilla de régimen,
entonces a la hora del diseño estratégico de los planes y acciones: esto se
acometería al calor de unas pasiones inconvenientes que podrían dar al traste
con la posibilidad de tener éxito. Confunde el tiempo para acopiar convicción
ciudadana con el tiempo para la acción política.
Ya para terminar, lo más raro y contradictorio
de todo es que al leer el texto de nuestro amigo –lo voy a colgar como
comentario en mi blog sin identificación del autor-, uno lo percibe cargado de
emocionalidad. Extraño para quien coloca en un altar del Olimpo la virtud como
control de las emociones. También le parece muy llamativo esto al profesor
Octavio Acosta, quien en su muro facebook se permite escribir sus
comentarios respecto al mismo texto, cuando le dice: “Tu escrito está
impregnado de emociones, sin que tú mismo las percibas” –ver en el siguiente
enlace https://www.facebook.com/octaviocultura/posts/10210783113435845
-.
Asdrúbal
Romero M.
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