Nelson
Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, voy a dedicar esta columna a
expresar algunas reflexiones en relación al proceso de negociación de la paz
vivido en la república de Colombia. Espero disculpen el tono un tanto abstracto
y teórico. Me parece indispensable. Después de todo, este ejercicio
puede ser útil para extraer algunas conclusiones pertinentes
al estudio de nuestra particular coyuntura política.
Iniciemos esta breve especulación estableciendo
distancias entre las dimensiones de lo político y la política. Pienso que esta
conceptualización es necesaria en orden de descifrar apropiadamente
acontecimientos públicos, no tan solo en el país hermano, sino en otros
escenarios distintos del Colombiano.
En forma breve, podemos asumir lo político como la
dimensión de los antagonismos y conflictos. Y, la política, como el
conjunto de prácticas a través de las cuales se domeñan la conflictividad que
se deriva del escenario de lo político. La política, entonces, es consustancial
con el modo de vida democrático. Su funcionalidad es vista como la garantía de
proporcionar respuestas cívicas a los contratiempos que emanan y crean
contrariedades en la dimensión de lo político.
Las negociaciones para obtener la paz y la cesación
del conflicto armado colombiano es un claro ejemplo de la intervención
política. Sin embargo, para que esta mediación alcanzara éxito era necesaria
refrendarla con la aprobación ciudadana. Con el consentimiento de la polis.
Intervención, desde luego, previa a la aprobación de los acuerdos y, no como se
llevó a cabo, posterior al visto bueno de la clase política. Aquiescencia que
no contaba, como se pudo comprobar con la realización referéndum, con la
aprobación mayoritaria de la población. En otras palabras, falló la dimensión
política o, por lo menos, se impuso una visión estrecha y triunfalista que
impidió apreciar la importancia de la aprobación ciudadana. Y, desde luego, no
se procesó apropiadamente las urgencias que emanaban de la instancia de lo
político.
Otra de la debilidad que suma en el fracaso
plebiscitario del “SI” fue su narrativa. El presidente Santos apostó por
un relato de sesgo racional y alejado de incitaciones de naturaleza
emotiva y moral. Sus argumentos a favor de la aprobación de los acuerdos con la
FARC fueron de una excesiva racionalidad: “si votas por el “SÍ”, vendrán más
inversiones, tendrás más empleo, habrá más recursos para educación, habrá más
desarrollo para el campo”. En fin, una apuesta cerebral alejada de las pasiones
y de la dimensión moral implícita en un conflicto como el que han sufrido los
colombianos por casi medio siglo.
El presidente Santos obvio el “efecto de los afectos”
en la vida política. En otras palabras, no comprendió que la causa del
desafecto hacia la democracia, hoy día, puede bien atribuirse a una
sobrevaloración del acuerdo racional. O, en otros términos, a una concepción
desapasionada de la política.
El ex presidente Álvaro Uribe, por el contrario, logró
enmarcar la decisión del “NO” de forma emocional y moral: ¿es justo que quienes han matado,
violado, mutilado, secuestrado y dañado a tanta gente inocente reciban ahora
indulto, poder político, escaños en el Congreso y dinero del pueblo? Emocionó y logró convencer a una mayoría de la población. Vendió la idea
que votar era el medio para frenar graves injusticias en el presente. Y,
desde luego, más pertinente que unas supuestas “inversiones y dinero en
el futuro”.
Esta experiencia tiene importancia para nuestro país. Estamos enfrascados
en un conflicto político. A corto plazo, la solución política del mismo, es el
referéndum revocatorio. Es indispensable, entonces, llegar a la totalidad
de la población con argumentos de índole moral y emocional. Emociones que
solidifiquen las explicaciones de naturaleza racional. En otras palabras,
la situación económica por sí misma no proporciona argumentos suficientes. Se requiere
la intervención política. Es indispensable la construcción de una
narrativa que emocione a la totalidad de la población y la prepare para
batallas futuras.
Hay que emocionar, entonces, para convencer.
Sin dudas, la política es así
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