Humberto
García
Larralde
Las dictaduras no consultan
al pueblo. Son gobiernos autocráticos no sujetos a la ley que dependen
fuertemente de apoyo militar. Si convocan elecciones es porque tienen preparado
el fraude o confían en que sus acciones intimidatorias les asegure el triunfo.
Caso del plebiscito de Pérez Jiménez en 1957 y el de Pinochet –quien erró su
cálculo- en 1988.
Toda dictadura tiene un
discurso legitimador. Las dictaduras militares se proponen “salvar a la patria”
o “rescatarla” del derrumbe moral (o de la corrupción) a que la ha conducido el
libertinaje político. La represión es contra los enemigos que la ponen en
peligro. Una vez restituido el orden y eliminada la amenaza (matando, exilando
o apresando a los “revoltosos”), se convocarán nuevas elecciones, prometen. Y
es que las dictaduras militares, por lo menos desde la mitad del siglo XX para
acá, tienen un complejo de culpa con la democracia. Por contraste les hace ver
como lo que son, por lo que de vez en cuando -siempre que crean tener todo
controlado para no perder- aceptan ir a elecciones para “legitimarse”. Igual
que Pinochet, Daniel Ortega sale derrotado en el sufragio de 1990.
La gran ventaja del
fascismo es que no tiene ese complejo de culpa. No necesita simular su apego a
la democracia porque no cree en ella. La denuncia como farsa liberal burguesa
para engañar al pueblo. El discurso legitimador del fascismo ofrece un proyecto
político radicalmente distinto, fundamentado en mitos históricos y contraposiciones
maniqueas en las que un líder esclarecido conduce al pueblo a la victoria para
instaurar un mundo de justicia para los suyos. Como lo expresara el historiador
galo, Francois Furet con relación a Hitler, éste “supo, por instinto, el más grande
secreto de la política: que la peor de las tiranías necesita el consentimiento
de los tiranizados y, de ser posible, su entusiasmo”. En este afán, más que
reprimir a las fuerzas democráticas –que sí lo hace y con extrema virulencia-,
se ejerce la violencia para encausar las transformaciones que hagan real esa
utopía, aplastando a los opositores. La propaganda, como lo demostró su
responsable nacional-socialista, Joseph Goebbels, es un poderosísimo
instrumento para posibilitar esta violencia, pues, con el auxilio de la
manipulación y la mentira, construye una falsa realidad que allana toda
resistencia y relativiza el mal desatado sobre los opositores, porque son
enemigos del Pueblo (o de la Nación). Asímismo, galvaniza las pasiones de los
suyos en torno al combate contra éstos, legitimando su excreción del cuerpo
social.
Chávez tuvo un manejo
intuitivo de estas artes propagandísticas. Su discurso proyectó una cruzada
redentora de quienes se sentían abandonados por la democracia “puntofijista”
como pretexto para desmantelar el Estado de Derecho que se interponía a sus
ansias de poder. Contó con el derrumbe de los partidos tradicionales y con sus
dotes carismáticas, amén de beneficiarse de una escalada en los precios
mundiales del crudo que le permitió, a realazos, ilusionar a los pobres con el
reparto de la renta. Mientras alcanzaran algunas migajas para las grandes
mayorías, no habría mayor resistencia al sistema de expoliación que instauró,
con sus regulaciones, decisiones discrecionales y controles. Maduro, que ni
tiene el carisma ni ha contado con la bonanza petrolera de su mentor creyó, a
falta de neuronas, que bastaba seguir con esta orientación para atornillarse en
el poder y resguardar los poderosos intereses articulados en torno a los
mecanismos de intervención del Estado, y del manejo a discreción de la empresa
petrolera y del gasto público legados por Chávez. Su gran problema es que el
consentimiento y, menos aún, el entusiasmo de que nos hablaba Furet en
referencia al fascismo clásico, dejó de funcionar. Hoy sólo los fanáticos
se excitan con los llamados al combate urdidos en torno a los embustes y
tergiversaciones del discurso oficial. Pero, como quien no se ha dado cuenta de
ello, el decadente fascismo Madurista intenta cobijar sus desmanes en argumentos
leguleyos para aparentar su apego constitucional. Ya no le basta las
triquiñuelas burocráticas de la banda de las cuatro en el CNE para retrasar (y
desmontar) la amenaza que representa el RR16, en el que sabe que será
vapuleado. Ahora, con una diligencia digna del aplauso de Goebbels, monta una
celada burda en la cual las invenciones de fraude lanzadas al aire
irresponsablemente por el enfermo Rodríguez -sin elemento alguno que las
sustente- dan pie a que unos jueces penales (¡!) declaren fraudulenta la
activación del proceso revocatorio (firmas superiores al 1% del patrón
electoral) como señal para que la aludida banda paralice la recolección del 20%
de firmas la próxima semana.
Recurren a este tinglado
tan precario y mentiroso ante el terror que les causa la demostración
abrumadora de fuerza que sabe acudirían en su contra los días 26, 27 y 28.
Pero, ¿Por qué tanta charada cuando está más que claro su disposición a
pisotear la Constitución? ¡Ya lo demostraron con la insólita sentencia del tsj
arrogándose la potestad de aprobar el presupuesto a espaldas de la Asamblea
Nacional! No queda duda alguna de la conducta anticonstitucional del régimen,
cuyas acciones por obstaculizar la soberanía popular lo sitúan completamente al
margen de la ley. La ventaja ideológica del discurso fascista se les esfumó
porque la inmensa mayoría de los venezolanos no creen ya en él pero, así como
la naturaleza del alacrán lo llevó a suicidarse picando a la rana que había
ofrecido cruzarlo al otro lado del río, el Madurismo insiste con sus montajes
burdos, aunque solo logra galvanizar a la reducida fanaticada que le queda.
Porque para el fascismo la política es una guerra en la que toda concesión es
una derrota. Pero si patearon el tablero por el pavor ante la demostración de
fuerzas opositoras que les esperaba la próxima semana, ¡hagamos precisamente
eso! Vayamos a una masiva recolección de firmas, nuestra, en centros bien
visibles que no deje duda alguna de la inquebrantable voluntad mayoritaria por
sacar a estos forajidos del poder.
La MUD y la mayoría
democrática de la Asamblea Nacional han hecho bien en plantarse en defensa de
la Constitución. No debemos pisar el peine de discutir la legalidad o
pertinencia de esta decisión del CNE, que viola flagrantemente la soberanía
popular consagrada en los artículos 5 de la Carta Magna, porque ello implicaría
reconocer su legitimidad. Y la defensa del orden constitucional, en estos
momentos, está íntimamente vinculado a la imperiosa necesidad de abrir
posibilidades de cambiar al presente gobierno como única manera de superar la
trágica sumisión de la población en niveles crecientes de pobreza y miseria. Es
el hambre, y las muertes y enfermedades por no conseguir los medicamentos
requeridos, los que obligan a la defensa activa, militante de la Constitución y
de su artículo 72. Es la restitución de libertades amparadas ahí para poder
discutir, sin miedo, las soluciones que deben articularse con la ayuda de todos.
Es la vuelta al imperio de la ley, en el cual son castigados quienes atenten
contra el patrimonio público, que es de todos los venezolanos. Es la
reconquista del equilibrio de poderes que permita a la voluntad popular ejercer
su soberanía a través de sus órganos de representación para vigilar que los
dineros públicos y la administración del Estado en general, respondan
fehacientemente a los intereses de la sociedad.
En todo esto, queda como
gran interrogante la actitud de la Fuerza Armada. ¿Escogerán deslizarse por la
pendiente de convalidar atropellos a la República para resguardar los intereses
de una reducida pero poderosa oligarquía que la viene esquilmado o, por el
contrario, asumirán lo dispuesto en los artículos 328 y 333 de nuestra Ley
Fundamental? Como Talleyrand advirtió a Napoleón, las bayonetas sirven para
todo menos para sentarse en ellas. Pero Maduro insiste en que sí e intenta
corromper militares por diversos medios para hacerlos cómplices de sus
desmanes. Pero en este afán pisotea a la Constitución y se desnuda –Almagro
dixit- como uno más de una larga y oprobiosa historia de dictadorzuelos en
América Latina. ¿Por qué simular tanto?
Artículo 328.
La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la Nación y asegurar la integridad del espacio geográfico, mediante la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y con la ley. En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna….
Artículo 333.
Esta
Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza
o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella.
En tal
eventualidad, todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad,
tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario