Legado
Maldito
Asdrúbal Romero M.
La historia
cuenta los hechos, la sociología describe los procesos, la estadística cuenta
los números, pero no es sino la literatura la que nos hace palpar todo ello
allí donde toman cuerpo y sangre en la existencia de los hombres. (Claudio
Magris)
Es muy
posible que a muchos de ustedes les haya llegado, vía redes sociales, la
historia del paciente siquiátrico maracayero, Accel Simeone, quien tenía
semanas sin poder tomarse su medicación antipsicótica antes de que, en una
crisis esquizofrénica, se hiciese daño a sí mismo tratando de cortarse un brazo
con una amoladora eléctrica. Es una crónica de vida con nombre propio, sólo una
de los tantos dramas que convergen en esta increíble patria en la que nos hemos
convertido. Patria, Patria Querida, puedo escuchar su canto.
La narración
de lo ocurrido a Simeone es parte de un reportaje más extenso del New York
Times - http://www.nytimes.com/es/2016/10/02/la-enfermedad-mental-y-la-escasez-convergen-en-una-realidad-dantesca-en-venezuela/-.
Sus autores han practicado lo bien sabido: un drama como el nuestro no sólo se
retrata con números. Hay que llegar al cerebro emocional de los lectores con la
narración de lo singular, de lo personal, con historias de vida que te oprimen
el corazón. Como la de Omar Mendoza, un paciente recluido en el hospital
siquiátrico El Pampero (Estado Lara) que la Crisis le ha reducido a 34 kilos.
Su foto (ver arriba) la pueden conseguir en otro reportaje del mismo periódico
neoyorquino: http://www.nytimes.com/es/2016/10/03/el-sufrimiento-de-los-pacientes-psiquiatricos-de-el-pampero-en-venezuela/.
Pacientes olvidados por el Estado, en hospitales sin agua corriente, escasez de
comida y medicamentos. Es la patria que nos va quedando. Patria, Patria
Querida, vuelvo a escuchar su voz. No puedo evitar sonreírme con rabia, sí con
rabia, mientras observo las dantescas fotos del reportaje.
Mi
referencia a estos dos reportajes no es gratuita –asimismo pude haber incluido
el publicado en Francia, también sobre la crisis de la salud, con la foto que
dio la vuelta al mundo de los neonatos colocados en improvisadas cajas de
cartón-. Lo que persigo es marcar un contraste. En ellos se trata de plasmar
una realidad, que viene generando mucha atención en el ámbito internacional, de
cómo un país rico ha sido conducido a tal nivel de indigencia y primitivismo
–esa percepción un tanto mitológica, en mi opinión, de la venezuela rica está
también muy difundida allende nuestras fronteras-. No se trata de difundir una
información con la deliberada intención de lograr algún objetivo de
comunicación política. Sin embargo, lo que ellos hacen, la forma cómo ellos
presentan la información, apelaría con mayor eficacia al cerebro político
emocional de unos pretendidos recipiendarios de un mensaje opositor, que el
prevaleciente discurso falto de pasión y carácter de nuestra principal
estructura política opositora. ¡He aquí el contraste!
Venezuela
esta viviendo una experiencia histórica del mal. A nuestros compatriotas los
están matando: sea por inanición; por la afectación de problemas de salud que
en condiciones normales serían resueltos por una elemental atención oportuna o
porque son víctimas de esta creciente guerra del todos contra todos en la que
el Estado, en abandono de su primordial responsabilidad, se hace el ciego. Qué
duda queda de que estamos inmersos en una de esas experiencias que la historia
reciente ha simbolizado en Auschwitz. El país se encamina a convertirse
en un gigantesco e innovador campo de concentración, donde no hará falta la
doble cerca con alambre de púas, ni las altas torres de vigilancia desde donde
dispararían a matar a quien osara escapar, para transformarnos en seres
famélicos en las cercanías de lo inevitable. Apenas hará falta un diminuto y
tradicional Sachsenhausen para los presos políticos en castigo por su
atrevimiento a rebelarse. Esta es la luz del hacia dónde vamos si no lo
evitamos.
Esta
experiencia del mal, como toda experiencia, es subjetiva. No la encontraremos
en los libros de historia sino en los relatos. Por ello, como lo señala el
filósofo Joan-Carles Mèlich: “la narración se convierte en un artefacto
antropológico y ético de primera magnitud, porque es la lectura de los relatos
lo que puede activar la dimensión ética de la memoria al provocar en el lector
una experiencia (quizás no personalmente vivida) del mal”.
Hace ya
algún tiempo que el problema de nuestro país traspasó los límites que lo podían
circunscribir a ser un problema político, ha pasado a ser un problema moral. El
discurso de la oposición, entonces, tiene que ser moral. Para ello dispone de
la infinidad de relatos dramáticos que se derivan, día a día, de esta
experiencia histórica del mal sobrevenida de un legado maldito. Aunque no
debería ser necesario aclarar, lo haré: cuando se habla de relatos, ello no les
limita a la narración en palabras. Las imágenes también relatan, igual toda la
amplia gama multimedia que la tecnología hoy pone a nuestra disposición.
Como bien lo
ilustra el antropólogo Nelson Acosta Espinoza, en su interesante artículo esta
semana, para el blog del Observador Venezolano de las Autonomías (OVA), “Uribe:
Emocionó y Convenció”: “El ex presidente Álvaro Uribe, por el contrario, logró
enmarcar la decisión del “NO” de forma emocional y moral: ¿es justo que
quienes han matado, violado, mutilado, secuestrado y dañado a tanta gente
inocente reciban ahora indulto, poder político, escaños en el Congreso y dinero
del pueblo? Emocionó y logró convencer a una mayoría de la población”.
Logró el triunfo, contra todo pronóstico, en una relampagueante y súper eficaz
demostración de excelente comunicación política. Eso es lo que hace falta acá.
Enmarcar nuestro discurso político en el gravísimo problema moral que tenemos
entre manos. Cómo unos seres que no se conduelen del contexto de sufrimiento al
que ha llevado a sus compatriotas la herencia de un legado maldito, que son
agentes de un mal radical, pueden aspirar a que les dejemos seguir perpetrando
más daño.
Los
relatos abundan y la creatividad en el país estoy seguro que existe. Tiene la
Oposición que organizarse para darle estructura a la recolección de esos miles
de testimonios y, partiendo de los relatos singulares de las víctimas, elaborar
un discurso político duro, moral, apasionado, con carácter, porque se merecen
que les hablemos con carácter. Se sorprenderán al ver que ese discurso sí
emocionará y convencerá. No ese accesorio y desapasionado que se distrae la
mayor parte del tiempo en los medios procedimentales y en las tretas y argucias
de un régimen que ya debiera estar moralmente desacreditado.
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