“Las revoluciones
las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear
una nueva casta privilegiada.”
Carlos Fuentes
Manuel Barreto
Hernaiz
El éxito de una
revolución puede medirse por la autoridad y estabilidad de las nuevas
instituciones, mucho más que por su realización de los ideales y valores que
impulsaron su iniciación. Sin embargo y de demostrarlo se ha encargado la
historia misma, las revoluciones, cuando triunfan y se consolidan, instauran un
nuevo orden social, donde se vuelve a reprimir a los que disienten con dicho orden.
El ideal revolucionario, la asunción - o presunción - de la capacidad humana de
auto redimirnos de nuestras miserias, lejos de desplazar el espacio mítico, lo
coloca allí, donde se escapa a las luces de la razón: en el territorio de la
manipulación y los sentimientos.
Mientras
“oficialmente” se conmemora lo que la sana memoria convoca a olvidar, la
gente proactiva, sensata, lúcida y sobre todo, con verdadero compromiso para
sacar a nuestro país de este profundo barranco donde le empujó la ruindad, el
resentimiento, la ineficiencia, la ignorancia y la corrupción del régimen y sus
secuaces, se prepara planteándose el reto de encontrar formas
innovadoras de articulación entre los principales factores económicos y lo que
nos quede de Estado, que hagan posible abordar labores menos antagónicas que en
el pasado: reconstruir el aparato productivo, generar empleos y estabilizar el
manejo de la economía; superar la restricción de recursos externos, induciendo
procesos pertinentes a este siglo XXI, al cual aún no ingresamos debidamente,
hasta lograr la plena productividad y competitividad, términos proscritos por
este arcaico y retrógrado régimen que hoy celebra con rimbombantes discursos,
recursos y loas a lo absurdo.
¿Conmemorar qué? Esta
revolución no acabó con las diferencias y los privilegios, sino que los
ha intensificado; no ha generado riqueza y bienestar para todos, sino que los
concentró en unos pocos; no logró respeto y dignidad para cada uno de los
ciudadanos, sino que ha centrado como sagrado un modelo único, vetusto, y
fracasado, mediante la burla, la iracundia y la intolerancia; y aún insiste en
lograr igualdad, pero sólo haciéndonos a todos iguales en la miseria.
A lo mejor se celebran
los evidentes logros alcanzados al imitar arcaicas ideologías como a contenida
en aquel pensamiento maniqueo del “Che” como alternativa a aquellos
problemas que pregonaban como la transcendental etapa de formación del
"Hombre Nuevo"… Los “Niños de la Patria” de aquel heroico ayer
inmediato, son los Pranes de este horripilante y trágico momento de nuestra
historia incivil…
La gente se acostumbró
y se dejó impresionar e intimidar por la idea de que Venezuela pertenece a este
grupete que hoy se empeña en mostrar un proceso revolucionario exitoso en tanto
el país se encuentra en el peor momento de toda su historia republicana: la inflación más alta
del mundo, una terrible escasez de medicinas, de alimentos básicos, de insumos
y repuestos para el aparato agro e industrial, en resumen, pues ya resulta
inocultable: miseria, hambre y corrupción.
Esta revolución
se aferró a un pasado que ya no existe, al pretender adaptar un proyecto
que tal vez nació para desarrollar la democracia y generar derechos para los
desposeídos de la sociedad, pero que en todos los países en los cuales se
aplicó, se convirtió en un falso pretexto ideológico de brutales dictaduras
totalitarias que negaban los derechos de los ciudadanos y establecieron
relaciones de dominación en todos los ámbitos de la vida social.
Se empeñaron en
desarrollar e instalar un hábito destructivo al experimentar
insensatamente con políticas que no funcionaron ni en ésta ni en ninguna
revolución. Dilapidaron no sólo industrias, fincas productivas y
particularmente su “Gallina de los huevos de oro” –la hoy corrompida
PDVSA- sino también su valioso talento humano, al propiciar una
gigantesca diáspora.
A 18 años de
haber tomado por asalto el país, este régimen es incapaz de reconocer sus
fracasos, y una vez más los atribuyen a la empresa privada. Bien lo sabía,
puesto que la mayoría de sus “ideólogos” vienen del estamento militar, la
seguridad alimentaria es algo serio, delicado, que amerita previsión, con lo
que no se juega.
¿Acaso conmemora
tal gesta la madre que debe pagar un realero por los pañales para su recién
nacida cría? ¿O lo celebra el hijo que desahuciado por no encontrar el
debido medicamento, debe ver cómo se las arregla su viejo con la tensión?
¿O llenos de júbilo están hoy los cientos de miles de compatriotas que hurgan
cotidianamente los basureros en pos de su peligroso condumio?
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