Luis Alfonso
Herrera Orellana
Una constante preocupación de los defensores de la
democracia representativa, el Estado de Derecho y la garantía de la propiedad
privada alrededor del mundo es el éxito que tienen los enemigos de la libertad
al inocular, atizar y manipular emociones políticas negativas como el miedo, la
envidia, el odio y el resentimiento, entre otras, para acceder, incluso por vía
de elecciones, a los más altos cargos de gobierno y desde allí ir acabando con
las instituciones políticas, económicas y jurídicas que mejor garantizan la
libertad de las personas, o impedir que aquellas sean conocidas y acogidas por
las sociedades a las que han decidido mantener en la servidumbre y la pobreza.
Preocupación legítima, pero al mismo tiempo inútil, si
no se cambian algunas premisas de las que se parte al analizar el problema, y
no se modifica la estrategia de lucha contra los discursos basados en tales
emociones negativas en el plano de las ideas y creencias más importantes para
las personas, en las diferentes sociedades en las que prevalecen formas
autoritarias o colectivistas de ejercicio del poder.
Algunas de esas premisas que deben reexaminarse y
cuestionarse son: a) los regímenes autoritarios tienen una ventaja sobre los
sistemas democráticos y liberales al basarse aquellos en la manipulación de las
emociones y estos en la racionalidad de las personas, b) el ser humano puede
vivir en libertad y defender instituciones liberales solo si actúa de acuerdo
con la razón y no según sus emociones, dado que estas lo condenan al populismo,
al autoritarismo y la pobreza; y c) solo abandonando las emociones y asumiendo
la razón en la forma en que lo postuló la ilustración “moderada”, cartesiana o
constructivista es que podremos conjurar la amenaza populista y totalitaria en
nuestras sociedades actuales.
En primer lugar, es falso que en la historia solo
regímenes autoritarios y totalitarios como el peronismo, el nacionalsocialismo,
el fascismo y el comunismo soviético apelaron a las emociones de los seres
humanos para legitimar sus discursos y sus políticas, ya que los movimientos y
discursos libertarios que condujeron en diferentes partes del mundo a la
ruptura con formas tiránicas de ejercer el poder en procesos como la Revolución
gloriosa, la Revolución francesa o las revoluciones en el norte y el sur de
América –al margen de sus desiguales saldos–, también se basaron en discursos
dirigidos a las emociones de las personas, solo que no a las emociones
negativas sino a las positivas, como el amor, la compasión y la repugnancia
hacia los métodos contrarios a la dignidad humana.
En segundo lugar, es falso que solo apelando a la
razón se pueden sostener las ideas e instituciones que garantizan la libertad,
pues la razón por sí sola no tiene fines, es un medio, un instrumento para la
acción, y sin las ideas, incentivos y creencias adecuadas puede servir, como en
efecto ha servido en diferentes casos, para diseñar sistemas de dominación política
basados en supuestas evidencias científicas, pero que en el fondo se apoyaban
en las excitación de las emociones negativas antes mencionadas, frente a las
cuales discursos basados en demostraciones económicas o utilitaristas por parte
de los defensores de la libertad no tenían ninguna posibilidad de éxito.
En tercer lugar, porque el ser humano, aun el más
huraño, no puede vivir sin sentir, sin soñar, sin creer y sin ilusiones, sin
narrativas, sin estética y expresiones del espíritu (música, literatura, cine,
teatro, cómics, pintura, escultura, historia, filosofía, cultos, etc.) que den
sentido y propósito a sus vidas y a las de las personas con que interactúan, de
modo que no podemos vivir sin emociones, únicamente actuando según los
postulados de una razón autosuficiente, planificadora y constructivista, que
puede resolverlo todo pero no brindar sentido y placer a la vida en libertad, a
salvo de toda forma de servidumbre y pobreza, de modo que urge recuperar a
filósofos que armonizan razón con emociones, como Baruch Spinoza, precursor de
la “Ilustración radical”, en expresión del historiador Jhonatan Israel.
De modo que es necesario comprender que la cultura de
la libertad necesita recuperar su conexión con las emociones humanas, en
particular, con aquellas que pueden sostener tanto en los corazones como en las
mentes de las personas el valor que tiene para sus vidas y la de sus seres más
queridos el conquistar y cuidar las instituciones políticas, económicas y
jurídicas que mejor protegen la libertad de todos los individuos, que no son
otras, a pesar de sus imperfecciones y fallas, que las de la democracia
representativa, el Estado de Derecho y la garantía de la propiedad privada.
Por fortuna no solo pensadores clásicos como el ya
mencionado Spinoza y otros como David Hume y Adam Smith insistieron en la
importancia del manejo de las emociones para una eficaz defensa y conservación
de la libertad, sino que también en nuestro tiempo pensadoras como la filósofa
Martha C. Nussbaum y la economista Dierdre McCloskey sostienen este enfoque
sobre el tema, ajustado a nuestros temores y problemáticas actuales.
De acuerdo con Nussbaum: “…A veces, suponemos que solo
las sociedades fascistas o agresivas son intensamente emocionales y que son las
únicas que tienen que esforzarse en cultivar las emociones para perdurar como
tales. Esas suposiciones son tan erróneas como peligrosas. Son un error porque
toda sociedad necesita reflexionar sobre la estabilidad de su cultura política
a lo largo del tiempo y sobre los valores más apreciados para ella en épocas de
tensión (…) Ceder el terreno de la conformación de las emociones a las fuerzas
antiliberales es otorgar a estas una enorme ventaja en el ánimo de las personas
y conlleva el riesgo de que esas mismas personas juzguen insulsos y aburridos
los valores liberales” (Emociones políticas. Editorial Paidos, 2014, p.
15)
Por ello es necesario que “…un Estado liberal pid[a] a
[sus] ciudadanos que tienen concepciones generales diferentes del sentido y el
propósito de la vida que coincidan y lleguen a acuerdos en un espacio político
compartido: concretamente, el espacio de los principios fundamentales y los
ideales constitucionales. Ahora bien, para que tales principios sean realmente
eficaces, el Estado deberá alentar también el amor y la devoción por dichos
ideales” (p. 20).
Por su parte, McCloskey advierte que: “…La observación
es antigua (la riqueza es un medio y no un fin). En la Ética nicomaquea,
Aristóteles dijo: ‘Es evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues
es útil en orden a otro’ (…) la gente ama, deja propinas o construye una
reputación a partir de su carácter (…) Esta es asimismo la visión de Ferguson,
Hume y Smith: construimos una sociedad comercial exitosa también a partir del
amor y la justicia; la confianza se extiende, como de hecho ocurrió en el siglo
XVIII” (Las virtudes burguesas. Fondo de Cultura Económica, 2015, p.
438).
Sociedades como la venezolana de hoy, presa de
emociones políticas negativas como el odio y el miedo (téngase en cuenta el
programa de César Miguel Rondón dedicado al tema en: https://goo.gl/QX7tiK),
resultado no solo de años de régimen colectivista chavista sino de la demagogia
populista de los gobiernos de AD y Copei (ejemplos de esto son los discursos
empleados por los ex presidentes de la República Jaime Lusinchi al defender los
controles de precios contra el “acaparamiento empresarial”, y Rafael Caldera al
justificar el golpe militar 04/02/92 luego de afirmar que no se puede pedir a
los pobres que defiendan la democracia “si tienen hambre”), requieren de
liderazgos que rompan con esas emociones, y que inviten a sus conciudadanos a
acoger emociones positivas que impulsen a las personas a la expulsión
definitiva del régimen autoritario que detenta el poder, liderazgos que
requieren narrativas, discursos, símbolos, ejemplos y expresiones estéticas,
culturales e históricas que den sentido a su lucha por la libertad, y que una
vez esta conquistada, les permitan recordar que solo con el cultivo de esas
emociones, desde el Estado y desde la sociedad, es que será posible sostener en
el tiempo las instituciones que operan como anticuerpos del populismo, del
estatismo y toda forma de autoritarismo.
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