Nelson Acosta
Espinoza
La palabra diálogo
se ha impuesto como una de las claves para la resolución de la conflictividad política
en el país. Desde luego este procedimiento, consustancial con la forma de vida democrática,
es el apropiado para alcanzar acuerdos sobre temas controversiales que separan
al conjunto de una sociedad. Para que esta práctica política sea efectiva se requiere,
entre otras variables, que sea respaldada por el ejercicio en los valores que caracterizan a toda cultura democrática. Aquí resulta
sensato preguntarse: ¿esta condición es la que prevalece en nuestro país? ¿Se
llega a dialogar como resultado de la puesta en práctica de esos valores? Y, de
no ser así, ¿qué lleva a los actores en pugna a sentarse en una mesa de
diálogo?
Estas
interrogantes son todas pertinentes. Sus repuestas, a mi juicio, pueden
proporcionar claridad sobre lo oportuno de la mesa de diálogo convocada bajo
los auspicios del Vaticano. En principio, parece apropiado recalcar que se
llega a esta convocatoria después de demostraciones masivas de la población en
la calle protestando por la suspensión del RR.
No es la primera
vez que el gobierno llama al dialogo como mecanismo de comprar tiempo e
intentar recomponer sus mecanismos de poder. Las experiencias vividas en los
años 2002-2004 y 2014 son muestras de como el oficialismo utilizó este
mecanismo para ganar tiempo e intentar dividir a la oposición.
Vistas estas
pasadas rutinas es posible inferir que estamos ante una situación similar a las
del pasado. El diálogo, para el madurismo, es un procedimiento de ganar tiempo,
fraccionar a la oposición e introducir sentimientos de apatía y desmoralización
en la población opositora. Aquí vale formular algunas interrogantes. Por
ejemplo, ¿cómo entender que después que
los demócratas denunciaran la ejecución de un golpe de estado estén en disposición
de atender a una mesa de diálogo? ¿Es factible pensar que a través de esta negociación
se recuperará el derecho constitucional de llamar a un RR? ¿Es legítimo y ético
transar un derecho constitucional (RR) a cambio de presuntas medidas que serán acordadas
en esta mesa de diálogo? Bien, estas interrogantes se encuentran en suspensión.
De acuerdo a la dirección política de la MUD habrá que esperar un próximo
encuentro de esta mesa de diálogo para dilucidar
estas incógnitas y otras que se formularán
en el camino.
Voy dar una
vuelta a la tuerca. El propósito es analizar una suerte de disyuntiva que se ha
formulado recientemente. Me refiero a la supuesta oposición existente entre
estos dos métodos de lucha: diálogo y calle. Esta disyunción se formuló como
argumento para paralizar la demostración del pasado jueves 4 de noviembre. Afortunadamente
el movimiento estudiantil y algunos factores políticos desobedecieron el
llamado de la MUD y recorrieron las calles de la ciudad capital.
En principio no
existe ninguna contradicción entre estas dos expresiones políticas, Antes por
el contrario, son complementarias. La calle debe estar al servicio de la negociación.
Es un instrumento legítimo y necesario para dotar de fuerza de convicción a las
demandas del sector democrático en un proceso de negociación política.
Los ejemplos que
respaldan esta aseveración son variados: La Marcha de la Sal (India), Huelga de
los Astilleros de Gdansk (Polonia) y recientes: Revolución de Terciopelo (Checoslovaquia,
1989), Primavera Árabe (2010-2013) entre otros.
Por otro lado, existen
diversos estudios (Gene Sharp, investigador de Universidad de Massachusetts) que ilustran como los regímenes
más sólidos del mundo cedieron ante la acción conjunta de los ciudadanos que
estaban en luchas pacíficas.
En fin, la oposición democrática debe
utilizar diversos métodos de lucha pacífica y usarlos como mecanismo de presión
en los diálogos que pudieran producirse en el futuro.
No son antagónicos calle y diálogo; son complementarios y necesarios.
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