Nelson Acosta Espinoza
En los últimos años un nuevo peligro ha comenzado a
esbozarse sobre la democracia liberal: los populismos de derecha e izquierda.
Berlusconi (Italia), Syriza (Grecia), Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Chávez
(Venezuela), por mencionar algunos de los países donde esta narrativa se ha
impuesto.
Recientemente, esta expresión política ha alcanzado el
corazón de la democracia occidental: la Inglaterra de la Carta Magna (Brexit),
los EE UU de la declaración de los Derechos Humanos (Donald Trump) y la Francia
del Código Napoleónico (Marine Le Pen). Justamente los tres pilares sobre los
cuales se sostiene la democracia occidental.
Parece apropiado, a esta altura del escrito,
introducir una breve definición de populismo. Veamos. En términos generales hay
un acuerdo entre los especialistas en este tema en definirlo como sigue: es un
relato que presenta la relación entre pueblo y élites como
antagónicas, de modo que la relación del pueblo con las élites no se puede
resolver sin romper con las estructuras institucionales de una sociedad. Visto
desde ese ángulo, el populismo no es necesariamente de izquierda o de derecha,
dependerá de cómo se construyan las categorías de pueblo y de élite.
Por ejemplo, en el caso norteamericano y de Europa,
como en el Brexit en Reino Unido, Austria o Francia, la categoría de pueblo se
ha intentado construir a partir de referencias de naturaleza
patrióticas y en oposición del “otro” el inmigrante o una minoría étnica
o religiosa.
En nuestro pasado reciente el chavismo desarrollo un relato
de sesgo populista que escindía la sociedad venezolana en polos
irreconciliables: patriotas vs escuálidos.
Sin embargo, y a contrapelo de ese relato, en la
actualidad se están creando condiciones que propician el derrumbe de esta
narrativa de naturaleza populista en el país.
Hoy día este discurso presenta síntomas de agotamiento
e incapacidad de suscitar nuevos consensos. ¿Qué significa esta última
condición? ¿Se encuentran sus destinatarios huérfanos? ¿Aún no ha surgido su
reemplazo discursivo? ¿Opera la oposición con claves narrativas del pasado? ¿O,
por el contrario, habrá desarrollado una nueva “gramática” política que dé
cuenta de estas nuevas circunstancias?
Interrogantes pertinentes. Soy de la opinión que las
fuerzas democráticas tienen una oportunidad excelente de recuperar y
hegemonizar el espacio político y cultural en el país. Este es un tema,
desde luego, que va más allá de lo estrictamente electoral. Hegemonizar
el ámbito político es una tarea imprescindible si se quiere evitar el
resurgimiento de apuestas populistas de cualquier signo.
Es vital, en consecuencia, derrotar cierto
pragmatismo presente en sectores que componen el bloque democrático. Estas
fuerzas opositoras tienden, por ejemplo, a depositar su confianza en que
la situación económica por si sola será suficiente para impulsar las fuerzas
renovadoras del cambio. En consecuencia, aspectos relacionados con
cuestiones de naturaleza cultural y de identidad son postergados y
percibidos como secundarios.
A mi juicio, es necesario poner atención en dos
tareas que puedan ayudar a reducir la tentación economicista: primero,
superar las trampas dicotómicas y populistas (escuálidos-chavistas;
izquierda-derecha; ricos-pobres. etc.) en las que ha caído parcialmente
la oposición a lo largo de estos últimos años. En segundo lugar y, como
consecuencia de la primera exigencia, habría que elaborar un relato de
naturaleza transversal con el propósito de construir una nueva mayoría que
ejerza la dirección política e intelectual de la Venezuela del porvenir.
Poner en práctica una política de sesgo transversal
significaría, entonces, trabajar sobre ejes diferentes lejos de la
polaridad irreductible “patriotas vs escuálidos”. El abandono de este esquema
podría permitir, por un lado, tomar de la totalidad del espectro político
las propuestas más beneficiosas para los ciudadanos y, por el otro, potenciaría
el alcance de la narrativa democrática sobre una diversidad de actores.
En fin, esta transversalidad es la que facilitaría ir
al encuentro de la gente con independencia de sus identidades ideológicas.
A veces, esas identidades son limitantes.
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