Asdrúbal
Romero M.
Desde meses antes a la celebración del anestesiante diálogo, dentro de las filas opositoras ha circulado, profusamente, una narrativa política que se puede sintetizar en los siguientes términos: a) Estamos cerca de la victoria; b) La estrategia electoral exitosa de la MUD es la que nos ha traído hasta aquí; c) Tenemos que mantenernos unidos apoyando a la MUD y mejor es que no la critiques.
Aunque corro
el riesgo de que no se me crea, yo les he comprado ese discurso a sus difusores
en los diversos círculos de opinión en los que participo –excepto en lo de
abstenerme de las críticas constructivas-. Es gente a la que respeto. Un factor
aglutinador que observo entre los que, tozudamente, siguen sosteniendo esa
tesis es el del miedo a cambiar. ¿Vamos a ponernos a estas alturas a cambiar
algo que ha funcionado? ¿Cuánto tiempo tomaría construir una nueva plataforma
política opositora que sustituya a la MUD? ¿Se daría el consenso para ese
proceso de reingeniería o se generaría una división?
Son
preguntas pertinentes. Poderosas. Resulta comprensible que muchas personas, al
producir en sus cerebros sus propias respuestas a tan inquietantes
interrogantes, asuman una posición conservadora. Se escuchan, entonces, frases
como esta: “Al único que beneficiaría una aventura, desconociendo lo hecho
hasta ahora, es al gobierno”. Insisto, les comprendo que cierren filas
alrededor de la MUD aún en el caso del inadmisible comunicado donde la MUD
valida el discurso de la “Guerra Económica” del Régimen. El temor a que se
libere una caja de pandora en el flanco opositor es libre y hasta válido.
El problema
es que…comprendiendo, comprendiendo, ¿hasta dónde podremos llegar? Apegándonos
al argumento de la inconveniencia de reemplazar la MUD por una entidad que sea
más representativa del sentimiento opositor, podríamos llegar a tener a Maduro
gobernándonos en el 2019, cientos de miles de venezolanos muertos, millones de
niños desnutridos y los más privilegiados cargando baldes de agua por las
escaleras de edificios en los que no funcionen ni las bombas ni los ascensores,
también tablas para quemar cocinando arepas de harina de ocumo porque gas no
habrá y en lo político: ¡comprendiendo, comprendiendo! ¡Si es que lo están
destruyendo todo, qué más necesitamos ver para proyectar!
Por otra
parte, no resulta admisible que estos señores que dirigen a la MUD, por el
hecho de haber obtenido unos importantes éxitos –y traídos hasta estado de
supuesta cercanía de la victoria-, se hayan ya ganado el derecho de seguirnos
dirigiendo per secula seculorum, independientemente, de los resultados
que obtengan de ahora en adelante. Por estas razones que he señalado, semanas
antes del paralizador comunicado venía planteando en los chats de opinión: la
necesidad de generar una discusión de la que pudieran derivarse objetivos a
conseguir y límites específicos en el tiempo para su consecución, de manera tal
que dispusiéramos de criterios concretos para hablar de buenos o malos
resultados y poder justificar las decisiones a tomar tanto a nivel individual
como colectivo.
No hubo
respuesta, pero yo insisto en este artículo y formalizo mi planteamiento. Y lo
hago porque también resulta incalable, para uno, que se pretenda extender en el
tiempo la validez del argumento del temor al cambio, sólo sobre la base de
éxitos del pasado que están próximos a su fecha de caducidad. Hay que arrancar
con esta discusión. Es hora de acotar el campo de los logros y asignarles
lapsos máximos para su cumplimiento –deadlines- . Para saber a ciencia
cierta cuándo estamos avanzando o cuando hemos traspasado las fronteras hacia
el terreno de los malos resultados. Esto último es bien importante porque nos
permitirá demandar un cambio de la plataforma política opositora, sin necesidad
de tener que soportar ese chantaje que ya está haciéndose extremadamente
reiterativo. O mejor aún: debería constituirse en un campanazo de alerta para
hacer saber a los permanentes directores de la conveniencia de poner sus cargos
a la orden -¿demasiado optimista?- para facilitar una renovación de los
cuadros.
En aras de
lanzar un fósforo a fin de que prenda la discusión y a manera de ilustrar por dónde
arrancar: pensaba hace ya algún tiempo en lo que yo podría asumir como un mal
resultado si me encontrare en la posición de los permanentes directores y la
respuesta de mi cerebro, casi automática, fue Maduro todavía al frente del
Gobierno en marzo 2017. Luego traté de racionalizarla. Recordemos
que todo comenzó por la necesidad que tenía el país de salir de este funesto
gobierno. Por esa vía llegamos al RR sobre el cual llevamos meses hablando. Si
este se realizara antes del 31 de diciembre de este año -como debió haber
sido-, todavía quedarían pendientes las elecciones para sustituir al revocado,
lo cual nos colocaría con una relativa proximidad a la finalización del primer
trimestre.
También, por
los mismos meses, se produjeron insinuaciones de que el Régimen estaba más
inclinado a proponer unas elecciones generales –quizás esto era un mito o un
canto de sirena más-, en consecuencia: habría tenido sentido plantearse una
negociación para canjear el RR por unas elecciones generales, así fueran éstas
en el 2017 e involucraran a los miembros de la Asamblea Nacional que no tienen
sus períodos vencidos. El dando y dando político de esta imaginaria negociación
sí está perfectamente retratado, cuestión que no viene ocurriendo en el fulano
diálogo actual.
Luego seguí
meditando y me dije que quizás el 31 de marzo 2017 era un hito demasiado
optimista. Podría flexibilizar. Un objetivo más razonablemente alcanzable:
Maduro fuera del Gobierno al final del primer semestre del 2017. Más allá de
esta fecha, a la velocidad que campea la destrucción, no quiero ni
imaginármelo.
Definitivo:
considero, desde mi perspectiva personal, que Maduro gobernando a Venezuela un
primero de julio 2017 constituye un mal resultado que estos permanentes
directores deberían aceptar. Si desean extenderlo más allá, madre mía en manos
de quién estamos. Pero, al fin y al cabo, es sólo una propuesta para iniciar el
debate sobre cuál sería el escenario inaceptable que nos convocaría a todos a rediseñar
la organización opositora.
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