Pedro Villarroel
La
ignorancia o la incomprensión de su propio pasado
fueron
parcialmente responsables de esta fatal subestimación
de
los peligros actuales y sin precedentes que se le presentaban.
Hannah
Arendt
Los
Orígenes del Totalitarismo.
Comprender
es examinar y soportar conscientemente la carga que los acontecimientos han
colocado sobre nosotros. La comprensión, en suma, es un enfrentamiento no
premeditado, atento y resistente con la realidad, cualquiera que sea o que
pudiera haber sido esta.
Comprender
en justa medida es pues, el examen reflexivo de los acontecimientos. Ese
acontecer que se revela, que irrumpe en forma múltiple y polisémica. Es verbo,
es palabra, es revelación, que se manifiesta en el silencio, en la turbación,
en el desconsuelo, en la crispación, en la furia, en la pérdida de voluntad, en
el desánimo, en el desborde, en el desatino.
El
ser se manifiesta, se eyecta, se desplaza. Lo cierto es que algo aparece en el
horizonte, está allí. Este acontecer puede expresarse de múltiples formas.
Requiere la mirada viva, la observación hermenéutica y la comprensión
fenomenológica.
Una
lectura errónea de la historia reciente venezolana confunde situaciones
específicas del momento, como la debacle en la economía, la inseguridad, la
desaparición del empleo como fuente de valor social, la inestabilidad
institucional, con guerra económica y conspiraciones desde el lado del gobierno
o implantación de políticas económicas equivocadas, desde el lado de la
oposición.
Esto
deja fuera del relato un elemento que a mi modo de ver es el sustento de una
cultura que se ha hecho parte de la existencia, del modo de ser y de percibir
en la vida del venezolano. Me refiero a la igualdad como fundamento filosófico
que debe primar en la acción política del gobierno en correspondencia con los
fines últimos de un Estado benefactor y productor de la felicidad del colectivo
social.
Pero además
y como rémora del efecto colonizador español debo agregar el complejo de “El
Negrito del Batey” que se expresa claramente en la estrofa de la canción:
A
mí me llaman el negrito del Batey
Porque el trabajo para mí es un enemigo
El trabajo yo se lo dejo todo al Buey
Porque el trabajo lo hizo Dios como
castigo
La
expiación y la culpa en la cultura judeocristiana introducen en las
mentalidades la idea del trabajo como castigo, que se deriva como respuesta al
desacato por las privaciones de las que fue objeto el ser primigenio, en el
área del conocer, de la razón y de los porqués.
Unido
a lo que estoy expresando sobre la idea
de la igualdad y del trabajo como castigo, debemos agregar un tercer elemento
definido por un país que se construyó sobre la ficción de un Estado con su
territorio y sus instituciones, con una idea de nación uniforme y como aderezo
de ese coctel histórico una acendrada cultura de renta petrolera.
En
fin, tres jinetes que han cabalgado el imaginario y la cultura, los valores y
los procederes de los venezolanos y que con prescindencia de sus aprehensiones
ideológicas definen probablemente sus modos de actuación.
Ese
elemento del ser que se hace incomprensible a la mirada y a la observación no
se presenta como cosa u objeto de un lenguaje previamente construido racionalmente
desde la ciencia o pensamiento óntico sino, y allí el reto de construir un
lenguaje que exprese sin definir, que se constituya en permanente constitución,
por tanto inacabado. Recordemos aquella hermosa letra del poema de Machado
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
¿Qué
es lo que realmente está ocurriendo? ¿Es el declive del chavismo? ¿Es la
impotencia de la MUD? ¿Qué es lo que está ocurriendo que no termina de ocurrir?
Parece que estuviéramos viviendo un tiempo de concurrencia, de fenómenos que
son aparentemente incomprensibles porque los instrumentos teóricos se han
retraído por la refracción a un pensamiento crítico que ineludiblemente
llevaría a un cambio de paradigma y la inminente salida de la zona de confort
espiritual.
No
podemos percibir lo que está ocurriendo porque somos víctimas, encerrados en
una especie de capsula del tiempo que no nos permite ver que lo que está en
ciernes es la crisis cultural de un modo de aprehender, de resolver y de pensar
la vida. Hay allí un problema a resolver.
Los
relatos de un lado y otro no apuntan a la resolución de las demandas de esta
hora: alimentos, medicinas, seguridad, empleos de calidad. La carencia no es
sólo de elementos materiales. Hay un hambre de ese ser que está ahí, en su
circunstancia y su drama vital. Ser aprisionado en un corsé de naturaleza
óntica.
“Hablar
de ciudadanía” se propone construir un ágora donde el
ciudadano pueda plantearse no solo los problemas inmediatos que son
importantes, sino los que trascienden a su existencia.
¿Cuál
es el Aveona y cuál es el Adeona de este tiempo? Es decir ¿Cuál es el Caribdis
y cuál es la Escila de este tiempo? ¿Qué es lo que realmente está en el
fundamento de la crisis?
Esto obligatoriamente
requiere un conocimiento de nuestro pasado inmediato. Las ansiedades, las
tribulaciones, los problemas no resueltos, las situaciones inconclusas que han
quedado en el tiempo ¿Cómo has llenado el vacío que ha quedado en el tiempo?
Esas son las reflexiones que hay que atreverse a poner en la mesa, más que
propuestas y respuestas que son reactivas todas.
Hemos
estado en modo reactivo, más que en el de la construcción del pensamiento y la
comprensión del momento, allí se deriva una fractura en la conexión que debiera
existir entre la clase política y la población, por ignorancia, incomprensión o
necesidad.
Peor
aún, la clase política pretende que la población se conecte con sus
aspiraciones, con sus proyectos y sus intereses. Ese punto entre la máscara y
lo real es lo que va a definir la línea que nos va a separar de este tiempo, de
estos momentos hacia otro momento donde culturalmente el venezolano tendrá que
producir su existencia. De lo contrario, convertiríamos nuestra existencia en
un ritornelo, algo semejante al mito de Sísifo, prisionero de un eterno
presente sin trascendencia.
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