Simón García
No es seria la
versión del gobierno sobre la contundente Toma de Caracas. Poco se le puede
creer después de difundir una foto que no es del acto y que al reconocer que es
del 2012, corrige sustituyéndola por una del 2013.
El cambalache
forma parte de la operación para criminalizar la protesta, identificar la
solicitud del referendo con un golpe de Estado y lanzar amenazas sangrientas
para desmoralizar e infundir miedo en la población.
Pero el intento
fracasó. Las provocaciones resbalaron y la virulencia fue respondida con
firmeza y serenidad. A nadie le extrañó el resultado final: una concentración
esmirriada y sin punch. Los públicos a juro no suelen ser muy entusiastas.
A la cúpula
oficialista sólo le queda el autoengaño y urdir mentiras para consumo de ellos
mismos. No pueden abrir ni una rendija a las críticas que surgen del chavismo
no madurista. Tienen que desconocer el descontento afuera para sofocarlo
puertas adentro. Pero, ¿hasta cuando?
El gobierno
rebaja la magnitud y el impacto de la Toma. Pero su primer éxito, antes de su
realización, fue subordinar el oficialismo a la agenda de la MUD, ponerlo a la
defensiva.
Finalmente, la cúpula se resignó a reducir su mitológica guerra a
unas cuantas cuadras y apostar a imponer, con su hegemonía comunicacional
opresiva, la percepción de que se trató de dos marchas iguales. Un empate.
A la hora de
evaluar el papel de una movilización magistralmente dirigida por la MUD hay que
tomar en cuenta que no actuamos en una democracia. El 1 de septiembre fue una
demostración de rebeldía colectiva, una decisión de superar la militarización
de la ciudad, los bloqueos de las vías, la presencia sombría de los colectivos.
Afortunadamente la GN se portó bien.
La toma barrió
con el pesimismo y con la inercia, acabó el deslizamiento hacia el conformismo,
nos liberó de la inclinación a adaptarnos a la crisis. Logros intangibles,
junto con la devolución del optimismo y el reforzamiento de la confianza en
nuestras propias capacidades para unirnos, para entendernos y para cambiar. La
viabilidad del revocatorio para el 2016 subió un escalón grande, aunque aún el
poder conserve maniobrabilidad para retardarlo.
Paradójicamente
una minoría en el seno de la oposición reitera el cuestionamiento a la Toma,
pregona la desconfianza hacia los partidos, restablece creencias salvadoras,
desacredita al liderazgo realmente existente y se hunde en aéreas soluciones
instantáneas. A esta minoría hay que seguir persuadiéndola de su espejismo;
pero también reconsiderar si tiene algún punto recuperable para la estrategia
común.
Hemos actuado
como la gota horadando la piedra. ¿Será hora de profundizar la propuesta de
cambio con los sentimientos de la población? ¿La estrategia constitucional,
electoral y de cambio en paz puede hacerse un torrente junto con la gente?
No hay comentarios:
Publicar un comentario