Nelson Acosta
Espinoza
Bien, estimados
lectores, la denominada Toma de Caracas se llevó a cabo exitosamente.
Aproximadamente un millón de ciudadanos de todo el país mostraron su decisión
de luchar por la realización del referéndum revocatorio este año. Las avenidas
previstas para el desplazamiento de esta marcha fueron colmadas en su totalidad.
Sin temor a equivocarme puedo sostener que la del 1 de septiembre ha sido la
concentración más grande en nuestra historia. Desde luego, en esta demostración
popular estuvieron presentes otros temas relacionados con la situación
económica, la carestía de la vida de los venezolanos y, en general, la destrucción
a que ha estado sometido el país y sus habitantes. Sin embargo, privó un
ambiente de alegría, optimismo y de fe en el futuro del país.
La concentración
finalizó a las 2 de la tarde con la lectura de un comunicado en la que se
detalló una suerte de hoja de ruta para el futuro próximo. De entrada, se
convocó a un cacerolazo para la 8 de la noche de ese mismo día. El miércoles 7
se ejercerá presión en todas las sedes del Consejo Nacional Electoral con el
objeto de que se anuncie la fecha
definitiva de la segunda etapa del revocatorio. Y, para el 14 de Septiembre, se
espera realizar una movilización en todas las capitales del país. De no obtener respuestas satisfactorias a la
solicitud del revocatorio se volverá a las calles con la finalidad de demandar
la inmediata realización de la consulta.
El oficialismo,
por su parte, congregó una escuálida manifestación y el Presidente Maduro
realizó sus acostumbradas amenazas y achacó responsabilidad de la crisis a los
“enemigos” de siempre: la burguesía y el imperialismo. Un discurso degastado
que no logra interpelar a la población.
En fin, el 1 de
septiembre se mostró con claridad de qué lado se encuentra la mayoría del país
y el alto grado de conciencia que existe en la ciudadanía. En otras palabras, los
venezolanos quieren un nuevo gobierno ya.
Con esta última
frase, de aliento voluntarista, intento expresar la necesidad de formular un
proyecto nuevo de país que dé cuenta de las ansias, angustias y sufrimientos de
la población. Una idea o conjunto de ideas que canalicen, por ejemplo, esa
enorme energía societaria que se expresó el 1S y dibuje un futuro distinto al
presente inmediato. Salir del gobierno, es imprescindible. Pero también es
imperativo formular una utopía.
En fin, ¿es
posible para los demócratas imaginar una utopía, una sociedad ideal del siglo
XXI, que sirva de referente e inspiración para políticos y ciudadanos? En otras
palabras, ¿es viable conjugar un proyecto utópico con un programa político de
aplicación más inmediata?
En esta línea de
reflexión es bueno recordar que la tradición utópica ha estado íntimamente
relacionada a los orígenes del pensamiento democrático en nuestro país.
Históricamente varias generaciones de pensadores y escritores contribuyeron al
utopismo con obras literarias. La generación del veintiocho y treinta y seis,
por ejemplo, elaboraron ideas de futuro
que se concretaron posteriormente. En la década de los setenta hubo una
eclosión utópica en las artes visuales. Desafortunadamente, la reflexión
política quedo rezagada y permitió que una suerte de distopia ocupara su lugar.
El pasado 1 de
septiembre se ha iniciado una marcha hacia la construcción de un nuevo modelo
político. En lo inmediato, desde luego, se encuentra la solicitud del referéndum
revocatorio. En lo mediato, si queremos que esta energía societaria no se
pierda, será imprescindible formular una utopía que alcance los corazones y
mente de los venezolanos. En ese orden. De no suceder así, perderíamos una
nueva oportunidad de construir un nuevo futuro para el país y se alentaría
iniciativas de carácter restaurador de lo ya vivido.
Debemos ser
optimistas. La historia demuestra que los sueños de hoy pueden ser las
realidades de mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario