Luis Antonio Espino*
El discurso de investidura del 45º presidente de los
Estados Unidos, Donald J. Trump no fue un discurso. Un discurso busca persuadir
a su audiencia. Busca convencer utilizando argumentos racionales y emocionales.
Un discurso, a través de ideas bien hiladas, lleva a quien lo escucha a un
llamado a la acción, una petición al público para que haga algo concreto.
Lo que leyó Donald Trump en su investidura no fue el discurso de un
gobernante democrático, fue el primer decreto de un Emperador.
El mensaje tiene una narrativa populista clara. Hay
dos clases de seres humanos en el mundo: el pueblo de Estados Unidos y los
“otros”. El pueblo de Estados Unidos es muy bueno y generoso. Tanto, que ha
sido robado, vejado y abusado sistemáticamente por los “otros”. Esos “otros”
son los políticos de Washington D.C., el establishment, los Clinton, los
Obama, los Biden. Y también los Bush, los Ryan, los Kasich. Ellos han empujado
al país a una espiral de decadencia, pobreza, violencia y desempleo. Por eso,
llegó la hora de la revancha del pueblo. Y Trump lo dijo con claridad: los dos
siglos y medio previos a su mandato no eran una democracia. Afortunadamente,
Trump ha llegado y con eso basta para que el poder regrese a la gente. Él es el
Emperador del Pueblo.
Los “otros” son también los países que tienen la
osadía y el mal gusto de compartir este planeta con Estados Unidos. Esos
países, de acuerdo al mensaje de Trump, son los que se llevan los
empleos, los que traen el crimen y las drogas (dudo que se refiera a Canadá).
Son los se llevan las fábricas, los que son protegidos (¡gratis!) por las
fuerzas armadas estadounidenses. Son los que “se han hecho ricos a costillas de
la riqueza de Estados Unidos”. En este mensaje no hay amigos ni aliados. Hay
enemigos, competidores, rivales y vividores. Ah, y tal vez haya algunos
admiradores. Porque Estados Unidos no va a imponer nada, pero más vale que
sigamos su “brillante ejemplo”.
Si EUA está infestado de traidores y rodeado de tantos
malvados ¿Quién lo va a defender? El hombre fuerte. El líder. El Emperador. Él.
Queda claro que no necesita la ayuda de nadie. No hay llamado a la acción,
porque él no necesita la comprensión, el empuje, el entusiasmo o el apoyo de
nadie. Pero sí su obediencia y lealtad, porque, nos dice: “cuando hay
patriotismo no hay prejuicio”, es decir, cuando se ama a la patria, dirigida
por el Emperador, no existen razas, clases ni divisiones políticas o
ideológicas. Todas esas cosas de las que hablan los medios vendidos a la élite
traidora.
Estados Unidos será a partir de hoy un país a imagen y
semejanza del Emperador Trump. Un país en el que el objetivo último es
material. ¿Cómo sabremos si el Emperador Trump gobierna bien? ¿Veremos paz?
¿Cooperación contra los males del mundo? ¿El fin de las enfermedades? ¿La
erradicación de la pobreza? No. El éxito de Trump se verá en los puentes,
carreteras, aeropuertos y túneles que se construirán en su nombre. Se verá en
las cifras de empleo. Porque habrá muchos empleos y riqueza. Para Trump un país
rico es un país “ganador”. Y Estados Unidos “ganará como nunca antes. Esa
es la promesa concreta: empleos y riqueza. De la riqueza viene el poder. Y del
poder viene más riqueza. Eso es “ganar”. Eso es hacer a Estados Unidos
“grandioso otra vez”.
Los ideales, los valores, las ideas, los principios,
esas son solo palabras. Se acabó la hora de hablar. Llegó la hora de la acción.
A los demás les toca seguirlo. Claro, solo si se tiene la dicha de ser parte de
lo que él define como “the American people”. Llegó la hora de admirarlo
y obedecerlo. Y también llegó la hora de temerle, sobre todo si se ha nacido en
uno de esos países que le han hecho tanto daño al noble pueblo de Estados
Unidos.
Este fue un discurso plano y sin recursos retóricos de
importancia. Desprovisto de ideas novedosas, dignas de análisis profundo. Un
texto mediocre, escrito con un lenguaje que apela al mínimo común denominador
intelectual. Pero no debemos dejar de advertir que se siente, como todo lo que
dice Trump, empapado de un tono sombrío, un subtexto que en cada palabra
transmitía coraje, desprecio y amenaza.
*Letras libres, 20 de Enero 2017
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