CRISTIAN
HERNÁNDEZ EFE
Desde su
nacimiento el eje bolivariano vive la contradicción entre una realidad plural y
un discurso que reivindica el perfil más duro de la izquierda ortodoxa de
América Latina. Expliquémonos brevemente. En la década de 1960 las izquierdas
latinoamericanas dejaron de lado su raíz eurocéntrica y pasaron a reivindicar
las raíces culturales propias, resaltando el caudillismo del siglo XIX y los
populismos del siglo XX como modelos atendibles, en tanto sus liderazgos fueron
“antimperialistas”. Luego la Revolución Cubana dio el toque marxista leninista
que faltaba a las transformaciones de esta izquierda. El derrumbe del comunismo
y el fracaso de los modelos de partido único recentraron el debate de las
izquierdas ortodoxas, pues los hechos mostraron la inviabilidad de la propuesta
basada en la “cultura comunista”.
Hugo Chávez aparece en la década de 1990 reivindicando
la veta más dura del nacionalismo revolucionario socialista, abriendo una nueva
esperanza para los viejos sectores de esa izquierda que no sabían cómo
recuperarse de una derrota que los empujó a la vera de la historia. Si bien la
propuesta recicló el discurso radical antimperialista, tuvo que mantener las
formas del sistema demoliberal, la división de poderes, el pluralismo, las
elecciones, las libertades generales y la economía de mercado. Para muchos
“revolucionarios” el pluralismo y la democracia eran malos tragos que había que
aceptar por las circunstancias. El partido único seguía siendo parte de las
herramientas para el cambio, como en Cuba. Tales hipótesis en la era de la
globalización y de la reivindicación democrática eran anacrónicas y
desentonaban en el concierto general, sin embargo el proyecto bolivariano y
Hugo Chávez tuvieron habilidad para compatibilizar la propuesta con los nuevos
tiempos. Pero nadie previó la prematura muerte del caudillo.
La muerte de
Chávez confirmó lo peor de las tesis del nacionalismo revolucionario
socialista. Heredero del caudillismo, basó más el proyecto en el líder que en
la institucionalidad democrática. Muerto el dueño del carisma el proceso se
desmoronó. Incapaz de crear una sucesión con base institucional, surgen
personajes como Nicolás Maduro, bendecido por el dedo del caudillo moribundo,
pero sin su carisma ni su capacidad. Luego, la densa red de intereses
económicos que tejió el chavismo en sus 18 años de hegemonía obligaba a la
élite burocrática a conservar el poder de cualquier forma y a cualquier precio.
¿Cómo hacerlo sin perder el “tono” revolucionario? Instalar el partido único
podría ser una solución, pero el viejo estilo de “golpe de mano” no es muy
creíble. Hay que buscar nuevas maneras.
El ensayo
general lo hizo el sandinismo. La dictadura familiar de Daniel Ortega logró
ilegalizar, comprar y fragmentar a los partidos opositores, instalando un
sistema “como si” fuera plural, que en realidad transformó al Frente Sandinista
de Liberación Nacional en el dueño del unicato nicaragüense. Venezuela va por
el mismo camino, pero con grandes dificultades. La oposición nucleada en la
Mesa de Unidad Democrática (MUD) arrasó en las elecciones parlamentarias del
año pasado al obtener el 75% de los votos. Una votación arrolladora que muestra
el hartazgo del pueblo venezolano ante un sistema que fracasó. Las
explicaciones bolivarianas de la derrota fueron asombrosas, todas pensadas para
desconocer el rechazo popular. Desde la “confusión” que sufrió el pueblo
ofrecida por Maduro, pasando por la “inutilidad” de la Asamblea Nacional
pregonada una y otra vez por el diputado Héctor Rodríguez, intentando así preparar
el ambiente para su disolución. Fue Diosdado Cabello el que dio la pista del
camino a seguir. Cabello sostuvo que la MUD será ilegalizada por haber
presentado muchas firmas falsas en la convocatoria al referéndum revocatorio,
que sobrepasó de largo el número de firmas exigido, pero que el chavismo se
negó a reconocer anulando la voluntad popular. El Gobierno encontró su excusa,
el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia bajo su control
avalarán el golpe y suspenderán las personerías de la oposición, manteniendo
algunos funcionales al régimen, siguiendo el “estilo” nicaragüense. En
Venezuela dos tercios de la población han rechazado el modelo de manera
contundente, por lo que la instalación de este pluralismo “aparente”
habilitando el partido único no se hará sin gravísimas tensiones. Para
solucionarlas, Maduro y la burocracia cuentan con las Fuerzas Armadas. Así
mantendrán sus privilegios y sus granjerías. Flaco favor a la democracia y a la
izquierda latinoamericana.
Fernando López D’Alesandro es historiador y analista político.
El País, 18
marzo 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario