martes, 22 de enero de 2013

Reciclar el espíritu del 23 de enero

Firmantes del Pacto de Punto Fijo:
Rómulo Betancourt (AD), Jóvito Villalba (URD) y Rafael Caldera (COPEI)


Nelson Acosta Espinoza

El 23 de enero del año 1958 es una fecha emblemática. Se celebra no tan solo la caída de una dictadura de diez años, sino, igualmente, el inicio de un proyecto político. El Pacto de Punto fijo proporcionó sustentabilidad a la democracia que se reiniciaba en ese año. Por primera vez en la historia del país, actores políticos, corporaciones privadas, la institución eclesiástica y el mundo sindical se acordaron en proporcionar apoyo a este proyecto democrático.

Este acuerdo se concretó en los siguientes puntos: defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral; gobierno de unidad nacional. Esto es, considerar equitativamente a todos partidos firmantes y otros elementos de la sociedad en la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador y programa de gobierno mínimo común. Los firmantes fueron los representantes de Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y el partido Social Cristiano COPEI. Desde luego, este compromiso político se acompañó con un proyecto económico y de desarrollo que giraría en torno a la creación de una industria sustitutiva de importaciones, expansión de la educación y salubridad pública y creación de polos de desarrollo.

Forma parte del conocimiento común el hecho del agotamiento de este acuerdo y sus perversiones que dieron inicio a la crisis de gobernabilidad que aún padecemos. No vamos a insistir sobre este punto. Si vale la pena resaltar un aspecto. En esos años se consolidó una cultura política democrática que ha servido de contrafuerte y ha resistido empujes autoritarios de distinto signos.

En la actualidad el mundo político se encuentra polarizado. Dos acuerdos expresan esta dicotomía: Polo Patriótico y Mesa de la Unidad Democrática. Extremos mutuamente excluyentes que practican con fervor lo que he denominado endogamia política. Esta práctica es sumamente peligrosa. Primero, amenaza los esquemas de convivencia social y achica los espacios comunes y necesarios para la negociación y resolución de los conflictos presentes en la sociedad. Segundo, el no reconocimiento del otro en cualquier direccionalidad, es una práctica antidemocrática y abre caminos para la profundización de los mecanismos autoritarios. Vencer estas mañas endogámicas y salir al encuentro del otro debería constituir punto de partida en la búsqueda de un acuerdo nacional.

Esta nueva celebración, entonces, debería dar pie para la formulación de un nuevo arreglo. Desde luego, para ser exitoso, deberá trascender los intereses electorales y las mañas endogámicas. Estamos hablando de un nuevo relato político que pueda interpelar a toda la población y que ajuste cuentas definitivas con el centralismo asfixiante que caracterizó a la llamada IV República y con ese nuevo centralismo comunal que intenta implantar el gobierno bolivariano.
Dos términos definen esta urgencia: reconciliación y compromiso histórico. El primero, lo interpretamos como la necesidad de reconciliarse con la diversidad cultural que constituye el país. Esta tarea no debe concebirse exclusivamente entre actores políticos. Es necesario tomar nota de las particularidades culturales que definen nuestras identidades regionales. En fin, este discurso político debe federalizarse.

El segundo, debe servir para crear una plataforma que propicie la despolarización. Hacer esfuerzo imaginativos para ubicar temas de interés común que puedan dar inicio al deshielo político. En otras palabras, rescatar el espíritu del 23 de enero implica transitar sobre estas sendas señaladas. No es tarea fácil, nunca la ha sido. Sin embargo, los tiempos por venir se muestran proclives para reciclar el espíritu del 23 de enero de 1958.

No hay comentarios: